DRINKING IN AMERICA: our secret history. Susan Cheever. Twelve.2015.
El prólogo adelanta las intenciones del libro ya anticipadas en el “our secret history” del título:
Desde el comienzo (la
llegada de los peregrinos del Mayflower en 1620) el beber y las tabernas
han formado parte de la vida americana tanto como las iglesias, los
predicadores, las elecciones o los políticos. La interesante verdad, nunca
enseñada en la mayoría de las escuelas y desconocida en la mayoría de las
historias escritas, es que un vaso de cerveza, una botella de ron, un barrilete
de sidra un frasco de whiskey o incluso un Dry Martini fueron a menudo el
silencioso tercer partido en tantas decisiones que formaron la historia
americana desde el siglo XVII hasta el presente…Como el clima de Massachusetts
con sus veranos húmedos y sus inviernos helados, el carácter americano oscila
entre extremos… a veces parecemos capaces de moderar nuestro modo de beber.
Otras veces, nos culpamos por todo… en algunas décadas prohibimos el alcohol y
en otras bebemos tanto que sorprende a quienes nos visitan…
A pesar de sus errores y penalidades,
que desembarcaran en Cape Cod a unos
cientos de millas de Virginia, sino afortunada, fue lo menos malo que les pudo
suceder. La tierra a la que llegaron, unas dunas de arena que se extendían
quilómetros con masas boscosas más allá de las arenas, no era muy acogedora.
Había comida y agua fresca en abundancia pero los peregrinos desconfiaban del
agua, no sabían pescar, marisquear, cazar ballenas, ciervos o conejos, ni
apreciaban los productos agrícolas para ellos desconocidos que los indios wampanoag locales les podían
suministrar. Las discusiones con el capitán del buque eran constantes por las
escasas reservas de cerveza que había a bordo que el capitán negaba a los
peregrinos pues las necesitaba para el
viaje de vuelta que no pudo realizar hasta cuatro meses después. La mitad de
los 102 desembarcados, con escasas provisiones, soportando un frío inclemente,
falleció en ese invierno de hambre y escorbuto. En la primavera, los
supervivientes que vivían en las rudimentarias casas que habían conseguido
levantar en su precario asentamiento bautizado como Plymouth Harbor, (entre ellas la cervecería y una taberna)
recogieron su primera cosecha de cebada que transformaron en cerveza. Por
entonces ya habían aprendido a romper las conchas de los abundantes mejillones,
ostras y langostas lo que les permitió sobrevivir, solo sobrevivir. En los años
siguientes, llegaron nuevos barcos con nuevos peregrinos pero muchos de ellos o
llegaban tan hambrientos como los colonos o
decidían volver a Inglaterra al ver las duras condiciones de vida en la
colonia que podría haber desaparecido si los acontecimientos
político-religiosos en Inglaterra y la represión alentada por el rey Charles I no
hubiesen provocado lo que después se conoció como la Great Migration o la Gran Migración Puritana.
Aunque ser un “descendiente de los
peregrinos del Mayflower” es una señal de distinción en los Estados Unidos, no
es a ellos a los que se debe ese punto aristocrático del que presumen algunas
familias bostonianas. Los peregrinos eran evangélicos que habían abandonado
Inglaterra para instalarse en Holanda porque no aceptaban ser miembros de la
iglesia anglicana. Eran gente humilde, “parias” y formaban un grupo no
demasiado numeroso entre los otros pasajeros del Mayflower que se habían sumado
al viaje por motivos no religiosos. Diez años después de su llegada, una nueva
expedición de 700 hombres, mujeres y
niños embarcados en una flota de más de
10 buques con el Arbella como nave
capitana trajo a los puritanos que también venían a América huyendo de la dura
represión religiosa provocada por su
negativa a formar parte de la iglesia anglicana. Detrás de ellos, llegaron
20.000 exiliados más que se establecieron un poco más al norte de la Plymouth Harbor de los peregrinos del
Mayflower, en lo que hoy es Boston. Los puritanos eran calvinistas y entre ellos
si venían nobles y gentes educadas que trajeron entre otras mercancías, 10.000
galones de cerveza, 120 toneles de malta para fabricar de modo inmediato
cerveza, 12 galones de ginebra y ganado.
Los colonos que llegaban de
Inglaterra tenían dos modos diferentes
de beber y Norteamérica oscilaría cíclicamente desde entonces entre estos dos
modos fundacionales. Uno, consideraba la
libertad de beber y comer como una libertad esencial; el otro, quería limitar
mediante leyes la bebida estableciendo restricciones según la edad o las horas
para hacerlo. El primero, llevó a la alcoholización masiva de 1830 en adelante;
el segundo, a la prohibición de 1930.
En las dos colonias, la taberna era el
centro de todas las actividades locales, una
isla de libertad, un confortable lugar para la conversación donde tomar
uno, dos o varios tragos. Comida, compañía, calor, abrigo, noticias, juicios,
toda la actividad social tenía en ellas su espacio siempre acompañada por la
bebida. Las tabernas, escribe Cheever, fueron
la cuna de la revolución. En 1708 el
capitán británico Thomas Walduck escribía:
En todos sus
nuevos asentamientos la primera cosa que hacen los españoles, es construir una
iglesia; la primera cosa que un holandés hace en una nueva colonia, es
construir un fuerte pero la primera cosa que hace un inglés en el lugar más
remoto del mundo o entre los indios más bárbaros, es, levantar una
taberna…
Los peregrinos y puritanos no eran
abstemios. Desaprobaban la embriaguez pero pensaban, como escribió el puritano
de extravagante nombre Increase Mather, juez en los juicios de las brujas de
Salem (1692-93), que el beber y las
tabernas eran regalos de Dios y la borrachera una criatura del demonio y ese
conflicto entre el modo libre de beber de muchos colonos y el modo de los
peregrinos y puritanos que despreciaban la embriaguez fue expresado en leyes
que todavía hoy son parte de las diferentes actitudes hacia el beber que forman
el carácter americano. En 1635, la embriaguez, no el beber, era castigada en
las dos colonias con el cepo o el látigo, pero el beber moderado o normal, era
para las normas de hoy, excesivo y siguió siéndolo en los años siguientes
aunque la dificultad para trazar la línea que separa el buen beber del mal
beber no era fácil de precisar ni en tiempos de la colonia ni ahora.
En
los primeros años del siglo XVIII las colonias eran famosas por su consumo
exagerado de alcohol. Se estaban convirtiendo en “una nación de borrachos”. La
cuarta parte de las casas de New Amsterdam (la Nueva York de hoy) se
dedicaban a la venta de brandy, tabaco y cerveza. Beber era la norma entre
todas las capas de población hasta el punto de que los jueces estaban
frecuentemente borrachos. Se bebía en las bodas, y en los funerales, bebían
los niños, los escolares, los campesinos y los universitarios. Se bebía al
levantarse, en la comida, en la tarde, en la cena… Cuando Harvard se fundó en
1636 fue equipada con su propia cervecería. El
consumo medio de un americano en los años previos a la Guerra de la
Independencia (1775-1783) era entre
dos y tres veces el de hoy y ya no era solo cerveza o ginebra lo que se bebía.
El ron, destilado a partir de las melazas de la caña de azúcar que llegaban
de las colonias caribeñas, con la cerveza, ayudó durante la guerra de la
Independencia al favorecer la confianza y el coraje de los soldados,
disminuyendo su miedo y el dolor de los heridos. La famosa cabalgada de Paul
Revere para advertir del avance de las tropas inglesas, empezó en una taberna
y tuvo sus pausas en varias más. Los
que tiraron por la borda el té cargado en los barcos ingleses en la bahía de
Boston, (que inició la guerra de independencia) lo hicieron después de haber
estado bebiendo durante horas. Quizás, escribe Cheever, las cosas hubiesen
sido diferentes si estuviesen sobrios pero no lo estaban y esa embriaguez
cambió la historia. |
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Los primeros presidentes de los Estados Unidos tuvieron que
convivir con el alcohol con suerte diversa. Después de sus años como primer
presidente de los Estados Unidos, Washington se retiró a su hacienda de Mount
Vernon y se convirtió en uno de los principales productores de whiskey, vino y
cerveza que elaboraba a partir de sus cultivos de centeno, maíz y viñas. En sus
tiempos de general, durante la guerra de la Independencia, fue generoso con las
raciones de ron que diariamente repartía entre las milicias pues conocía su valor
como estimulante del coraje y como analgésico. Tampoco desconocía el valor del
alcohol como “soborno” para ganar el favor de los votantes pues había perdido
sus primeras elecciones por no haber donado ron y cerveza a sus posibles
electores, error que no repitió en las siguientes elecciones que ganó con una
generosa oferta gratuita de alcohol a los votantes “indecisos”. Washington,
disfrutaba bebiendo. En un cuadro famoso pintado en 1848, aparece con un vaso en la mano y una botella de Madeira en la mesa, brindando con
sus oficiales. Treinta años después, cuando el país entró de nuevo en una época
de templanza, el cuadro fue re-pintado. Desapareció el vaso de su mano y la
botella de Madeira se transformó en su famoso tricornio. Muchos de sus
compatriotas habían tenido al terminar la guerra la misma idea que su heroico
general. Las melazas que llegaban del Caribe para producir ron dejaron de
hacerlo durante la guerra y tenían ahora que pagar impuestos elevados. Hasta
entonces, esas melazas llegaban a través del infamante comercio triangular que
traía esclavos africanos a las Antillas donde se vendían o cambiaban por
melazas que se llevaban a las colonias americanas para ser destiladas y
convertidas en ron para consumo local o para enviar a Inglaterra y de nuevo a
la costa africana. Los campesinos que tenían abundantes excedentes de centeno y
maíz, comenzaron a destilarlos para
transformarlos en whiskey. El país se llenó de alambiques y los hábitos de
beber cambiaron una vez más: de la cerveza de los peregrinos y puritanos, al
ron de la guerra de la independencia y ahora, al whiskey, barato y fácil de
producir. Lo que no cambió fue el consumo que seguía siendo muy elevado y se
inclinaba ahora hacia bebidas destiladas de alta graduación. Hamilton, el
secretario del Tesoro con Georges Washington, un abstemio militante, hijo
bastardo de un noble británico alcohólico, impuso una tasa a estos destiladores que no estaban
dispuestos a pagar después de haber combatido en la guerra de la Independencia,
entre otras cosas, para no tener que pagar a los británicos ese tipo de
tributos[5]. La consecuencia fue la
“Revolución del whiskey” que dejó algunos muertos antes de que los rebeldes
accedieran a pagar las tasas. Si Georges Washington bebía sin problemas, su
sucesor John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, no fue tan
afortunado[6]. Él no era alcohólico
aunque tomaba un tazón de sidra al levantarse pero dos de sus hijos lo fueron.
Uno probablemente se suicidó y otro falleció de cirrosis hepática. Otro hijo,
John Quincy Adams, no bebedor, fue el sexto presidente de los Estados Unidos
pero el alcoholismo siguió corriendo en su familia en sobrinos y nietos. A lo
largo de cuatro generaciones más de doce Adams estudiaron en Harvard que como
la mayoría de los colleges, antes y
ahora, escribe Cheever, era una incubadora de alcohólicos. Incluso hoy en día,
cuatro de cada cinco estudiantes de los colleges
beben en exceso y 2.000 mueren cada año por causas relacionadas con el alcohol.
John Adams, fue consciente por vivirlo personalmente, del daño que el alcohol
estaba provocando en su nuevo país y recomendó imponer tasas elevadas a los
licores (no al vino y la cerveza) como único remedio para paliar el desastroso
efecto del alcohol en la sociedad. Fue el destino de sus hijos el que llevó a
Adams a odiar la bebida y a rechazar la
idea popular y masiva que veía el beber como una manera necesaria y benevolente
de hacer la vida más placentera. Thomas Jefferson, el tercer presidente, que comenzó
a escribir la Declaración de Independencia en la Indian Queen Tavern, acompañada por una botella de Madeira, poseía
una cervecería propia y estaba obsesionado con el buen vino. Los congresistas
de esos primeros tiempos de la independencia bebían excesivamente pero no se
consideraban a sí mismos alcohólicos, palabra y concepto que no existían por
entonces hasta que Benjamin Rush, un amigo de John Adams, afirmó que existía el
alcoholismo y que era una enfermedad.
En 1830 Estados Unidos era el pueblo más
alcoholizado del mundo lo que asombraba a los visitantes extranjeros. Frederick
Marryat marino y novelista británico (1792-1848) lo contaba así:
Estoy seguro de que los americanos no pueden hacer
nada sin beber. Si se reúnen con alguien, beben; si se despiden, beben; si
conocen a alguien, beben; si cierran un negocio, beben; si discuten beben; si
hacen las paces, beben…
John Chapman, nacido en 1794, que más tarde sería conocido como Johny
Appleseed o Juanito Manzanas entre latinos, es un caso relevante en la
ocultación del papel del alcohol en la historia americana. Libros para niños, cientos
de dibujos, películas de Disney, más de medio millón de entradas en Google, presentan
a este hombre como una especie de san Francisco que deambulaba por el Oeste
plantando manzanos antes de que llegaran los colonos a asentarse en esas
tierras. Su aspecto y sus maneras eran las de un excéntrico: barba y pelo negros
muy largos, caminante de pies desnudos, pantalones de harapos y a veces un cazo
por sombrero, se le consideraba una especie de ecologista primitivo que
regalaba a los colonos, aún por llegar, el fruto dulce de esos árboles. La
verdad era muy diferente. Chapman no plantaba manzanos comestibles que precisan
ser injertados para obtener frutos aprovechables sino la variedad amarga solo
útil para producir sidra que al
congelarla permitía obtener un licor de manzana que podía alcanzar los 60º.
Chapman llevó al Oeste remoto el alcohol y por ello fue apreciado por los colonos, muy alejados por entonces
de cualquier otra fuente de suministro.
Durante el siglo XIX
a medida que el consumo de alcohol se
incrementaba lo hacían también las asociaciones por la templanza (temperance) que pretendían prohibir el
consumo, o al menos restringirlo al vino y la cerveza. Que los campesinos bebiesen en
exceso era un problema de salud sin consecuencias inmediatas demasiado graves.
Que bebieran los trabajadores de la incipiente revolución industrial que
trabajaban con máquinas era otro asunto que podía terminar en muertes propias o
de los otros trabajadores. Era costumbre en los primeros tiempos industriales que
se hicieran varias pausas en la jornada para beber pero esa costumbre fue
suprimida poco a poco debido a los accidentes,
bajas y bajo rendimiento de los trabajadores que además gastaban gran
parte de su paga semanal en las tabernas al salir del trabajo y llegaban a sus
hogares ebrios golpeando a sus niños y mujeres y privando a su familia de la
parte salarial necesaria para vivir. Fue creciendo la opinión de que el alcohol
estaba destruyendo el país y la democracia y comenzaron a surgir asociaciones
que defendían la sobriedad o al menos el control de los licores fuertes En 1829
había 1000 sociedades por la templanza; en 1834, 5.000 con 11 millones de
miembros. El consumo había llegado a su punto máximo desde los peregrinos y la
aparición de las sociedades por la templanza anunciaba un cambio de actitud en
la sociedad americana. En ese momento nacieron los washingtonianos, grupo de ex bebedores que sabían que nadie
abandonaba el hábito por la razón o por la riña que se reunían entre ellos y
prometían mantenerse sobrios ayudándose entre sí. Fueron los antecesores de los
Alcohólicos Anónimos que los sucedieron cuando los washingtonianos se disolvieron por motivos políticos. El movimiento
por la templanza quedo desde sus comienzos unido a la lucha por el voto
femenino pues eran las mujeres, que no bebían, las que sufrían las
consecuencias de la bebida de sus maridos sin que tuviesen la posibilidad de
votar leyes que dificultaran ese consumo.
La guerra civil, (1861- 1865) volvió a
elevar el consumo. El alcohol era muchas veces
el ´único analgésico disponible en las curas y amputaciones que servía
también como quitamiedos, euforizante y estimulador del coraje. Bebían los
soldados, bebían los médicos que casi siempre ebrios, eran rechazados por los
soldados. Se decía que en la Guerra Civil se había luchado en los últimos años
de la edad media médica. Las armas eran modernas; la práctica médica, antigua.
El resultado fueron 700.000 muertos entre tres millones de combatientes, muchos
de ellos por las negligencias de médicos borrachos. Había generales abstemios
(muy pocos) pero el estratega al que al parecer se debe la victoria de la
Unión, Ulises S. Grant, bebía y mucho. Lincoln, que era abstemio, no hizo caso
de los que pretendían cesarlo por los elevados costes en vidas humanas que su
estrategia ofensiva estimulada por el alcohol, provocaba. Decía, que necesitaba
a ese hombre si quería ganar la guerra aunque conocía la idea de Grant, que
para ganarla, sería necesario sacrificar una generación entera.
Cheever, no le dedica mucho espacio al
Oeste en su libro. Hay pocos héroes abstemios en la historia americana pero dos
de ellos estuvieron vinculados al Oeste: el general Custer y Wyatt Earp. El
canal del Erie, inaugurado en 1825 entre Albany y Buffalo acortó el camino
hacia el Oeste. Eran 400 millas construidas en su mayoría “a mano” por trabajadores
irlandeses que recibían una abundante ración de whiskey diaria como parte de su
salario. En las condiciones climáticas en las que se construyó, sin whiskey, es
Cheever quien lo afirma, es muy dudoso que se hubiera terminado. El ferrocarril
de costa a costa terminado después de la guerra civil permitía ir de Nueva York
a California en cuatro días en lugar del año que duraba el viaje unas décadas
antes. Antes del ferrocarril, al Oeste del Missisipi había indios y tramperos
que vivían solos y se reunían unos días al año en un “rendez-vous” en las
Montañas Rocosas para vender sus pieles, beber, bailar, tratar con mujeres y
comprar lo que necesitaran. La Luisiana que había comprado Jeffersson a Francia
había sido explorada y cartografiada por Lewis y Clark años antes en lo que se
convertiría en una mítica exploración que terminó pocos años más tarde con la
muerte por disparos, no se sabe si propios o ajenos, de un Lewis completamente alcoholizado.
El ferrocarril trajo multitudes al Oeste: cada pequeño pueblo comenzaba con un
salón y finalizaba con una escuela. El viejo modelo peregrino de, primero la
cervecería, después lo demás, se repetía en el Oeste doscientos años después.
El relato de Cheever es parco en informaciones en este capítulo, tal vez,
porque la historia del Oeste contada en miles de novelas y miles de westerns es
de sobra popular. El historiador Frederick Jackson Turner hizo de la frontera el
elemento fundamental de la cultura americana y su violencia y sus relaciones
con el alcohol están bien documentadas en libros que Cheever no comenta: Violent Land, de David T. Courtwright,
analiza la violencia que la presencia de hombres solteros, en su mayoría bebedores excesivos y con armas provocaba en
esas tierras donde la relación hombre/mujer podía ser en los primeros tiempos,
de 10 a 1 o la trilogía de Richard Slotkin, sobre todo, Gunfigther Nation, son muy relevantes en este sentido[8].
Después de la
Guerra civil el movimiento por la templanza se hizo más poderoso. No solo era el
movimiento sufragista que luchaba por el voto femenino para hacer leyes que
hicieran del hogar algo más habitable y
menos violento mediante el control del alcohol. La llegada masiva de emigrantes
de naciones “bebedoras”, irlandeses, italianos, alemanes, fortaleció el
movimiento prohibicionista. En 1920, una enmienda a la constitución, la 18ª, y la Ley Volstead que desarrollaba la
enmienda, convirtió los Estados Unidos en una nación “seca”, una nación de
abstemios forzosos. La Ley tuvo desde el principio
sus trampas. Permitía recetar whisky como medicamento (con lo que se
despachaban 300.000 recetas al año), elaborar vino de misa (con el consiguiente
incremento de ventas que no llegaban a las sacristías), o la fabricación de
zumo prensado que si se dejaba expuesto al aire fermentaba y se transformaba en
vino.
La
prohibición (1920-1933) fue un desastre. Nunca fue respetada en las grandes ciudades ni
en la misma presidencia del país (Harding, presidente entonces, y bebedor
habitual, siguió bebiendo en la Casa Blanca), trajo consecuencias contrarias a
las pretendidas e hizo surgir una nueva delincuencia organizada y mortífera que
corrompió toda la sociedad americana
incapaz de controlar los 9000 kilómetros de frontera con Canadá y los
miles de speakeasies, las tabernas
clandestinas en las que se bebía, se bailaba, y convivían hombres con mujeres y
blancos con negros. Un periodista americano escribió que la historia de Estados
Unidos podía resumirse así: Colón,
Washington, Lincoln,Volstead, segundo piso, pregunte por Gus…[9]
Un
año después de promulgarse la 18ª enmienda se aprobó la 19ª que permitía el
voto femenino. Las sufragistas que habían impulsado la prohibición para
pacificar sus hogares conseguían al fin ver reconocidos sus derechos. ¿Cómo
pudo aprobarse la enmienda que prohibía beber? Se preguntaba Daniel Okrent: ¿Como
un pueblo amante de la libertad decidió abandonar un derecho privado que había
sido libremente ejercido por millones y millones desde la llegada de los
primeros colonos al Nuevo Mundo? . Los que no bebían, responde Okrent, eran
mucho más eficientes que los bebedores cuando se trataba de organizarse y conseguir
la aprobación de la enmienda y eso a pesar de que la Constitución regulaba
“solo” las actividades del gobierno no las individuales y privadas sobre las
que incidía la enmienda. A que así ocurriera, ayudó la ausencia de multitud de
soldados que no pudieron votar porque permanecían en sus destinos militares de
la I Guerra Mundial y el recelo ante la inmigración masiva de bebedores de países
europeos que llegaban en oleadas en ese tiempo.
Cheever, llega a escribir, con cautela
eso sí, que la revolución rusa de 1917 fue la consecuencia de otra Ley Seca, la
prohibición del vodka por el zar Nicolás II en 1914 para evitar que los
soldados, como había ocurrido en las guerras anteriores, estuvieran demasiado
borrachos para luchar. Los ricos rusos siguieron bebiendo pero los pobres no.
La ley seca del zar barrió a los gobernantes bebedores y trajo a gobernantes
abstemios como Lenin y Trosky que mantuvieron la prohibición y pedían a sus
camaradas en los primeros días de la revolución que no bebieran `pues además de
los efectos nocivos del vodka, existían numerosos licores destilados clandestinamente que eran tóxicos. Rusia,
tiene hoy una ley seca parcial, después del intento fallido de 1985 de prohibir
el vodka, como en tiempos del zar Nicolás II. La prohibición se retiró pocos
meses después.
Cuando en 1932 se modificó la enmienda
que establecía la ley seca, el consumo volvió a incrementarse casi a los mismos
niveles del siglo XIX. De los siete premios Nobel de literatura americanos,
cinco fueron alcohólicos: Sinclair Lewis, Eugene O´Neill, William Faulkner,
Ernest Hemingway y John Steinbeck aunque no sé si Cheever considera americanos
a T.S.Elliot y Saul Bellow, “anglo-americano el primero, candiense-americano el
segundo, que con Pearl S. Buck y Tony Morrison son los nueve americanos premios
Nobel de literatura. Con la excepción de Poe, los escritores del XIX no bebían
en exceso (Thoureau, Melville, Emerson, Hawthorne, Whitman), y los del XXI
tampoco, dice Cheever, pero los del XX
en los tiempos que siguieron a la prohibición, bebieron por sus colegas del XIX
y del XXI y en ellos hay que incluir además de los Nobel, a Dasiel Hammett, a
Raymond Chandler, a Scott Fiztgerald y a tantos otros entre ellos, algunas
mujeres y dos excepciones: Upton Sinclair que vivió con una padre alcohólico y
Jack London. Cheever, piensa que la
prohibición hizo el alcohol más
atractivo para los escritores. Fue un tiempo en que escribir y alcoholismo eran
casi sinónimos y se pensaba que crear, literaria o artísticamente, exigía
beber. Hemingway presumía de haber bebido desde los 15 años y de que pocas
cosas le habían proporcionado tanto placer. Faulkner escribió que la civilización comienza con la destilación
y es famosa la réplica con la que un enfadado Sinclair Lewis respondió a un
periodista: ¿Puede usted nombrarme cinco
escritores desde Poe que no murieran por beber?... Algunas razones, además
del atractivo de la prohibición las propuso el psiquiatra Donald Goodwin:
Escribir es una forma de exhibicionismo; el alcohol
reduce la inhibición e impulsa el exhibicionismo en muchas personas. Escribir
requiere estar interesado en las personas; el alcohol incrementa la
sociabilidad y hace más interesantes a las personas. Escribir implica fantasía; el alcohol la
promueve. Requiere autoconfianza; el alcohol la refuerza. Escribir es un trabajo
solitario; el alcohol alivia la soledad. Escribir demanda concentración
intensa; el alcohol relaja…
Era el lado brillante del alcohol pero
el lado sórdido y obscuro, la salud deteriorada, la familia rota, la ruina
económica, el carácter pendenciero, el suicidio por no hablar del casi
exterminio total de los indios (nativo-americanos) provocado por el alcohol con
ayuda de las enfermedades europeas desconocidas y de las masacres. Un líder
indio escribió que la conquista solo fue posible porque los indios estaban
borrachos. El alcohol fue utilizado también para controlar a los esclavos
africanos. Cuatro de los escritores que
eran alcohólicos en los años siguientes a la prohibición, se suicidaron. Antes de la Prohibición los hombres bebían
mientras las mujeres en casa retorcían sus manos y lloraban pero varias
mujeres que escribieron en los años 40
bebían como sus colegas masculinos: En
ese tiempo ser un escritor casi siempre significaba ser un alcohólico… y
muchos que eran o querían ser escritores abrazaron esa identidad sabiendo que
arruinaría sus vidas.
A partir de 1980 los escritores
americanos y la nación en su conjunto se alejaron lentamente de las borracheras
y del fumar y comenzaron a correr o a ir a los gimnasios en vez de reunirse en
los bares. Dejó de ser tolerable la conducta salvaje de los partys de los 50-60 o el acoso a la
anfitriona, y nadie, (y si lo hace será sancionado) conduce de vuelta a casa borracho siguiendo la
línea amarilla de la carretera para no salirse de la calzada. El nivel de
alcohol permitido para conducir se fue reduciendo cada vez más y los Estados
Unidos entraron en un nuevo período de moderación. Las películas muestran
claramente esa evolución: las redacciones de los periódicos, las sesiones del
Congreso, las reuniones de negocios, las comisarías, los estadios, los
restaurantes, mostraban a todos o casi todos los participantes fumando y
bebiendo. Sin importar el lugar o la hora, cualquier visitante era recibido con
la casi obligada fórmula de: ¿Una copa?... Esas escenas han desaparecido de las
películas modernas pero en su lugar, han
aparecido las drogas que antes apenas tenían presencia. Los escritores siguen a
veces bebiendo pero muy alejados de los consumos de los años posteriores a la
prohibición. Una nueva oscilación del péndulo, esta vez hacia la sobriedad, se
había producido.
En los tres capítulos finales del libro,
quizás los menos convincentes, Cheever, se ocupa del senador de la “caza de
brujas”, MaCarthy, un alcohólico confeso y paranoico que murió de cirrosis, de
los escoltas de Kennedy a los que “acusa” de no haber estado vigilantes en la
mañana del asesinato en Dallas por haber pasado la noche anterior bebiendo
hasta altas horas de la madrugada y de la intolerancia al alcohol de Nixon,
criado en una familia cuáquera abstemia que aprendió a beber en la Marina, al que a veces le bastaba una copa para
emborracharse, cosa que ocurría con frecuencia en situaciones de crisis para su
país que tenía que resolver Kissinger porque su presidente estaba en unas
condiciones lamentables durmiendo la borrachera.
Cheever, por razones desconocidas, no
estudia el rol del alcohol en la época de la Gran Depresión, que coincide en
parte con los años de la ley seca, ni se ocupa de la floating army, del “ejército flotante” de millones de trabajadores
nómadas que en ese tiempo recorrían el país en busca de trabajos temporales lo
que deja un vacío en el libro que no es el único. Tampoco dedica mucho es
espacio a los nuevos modos de beber y a la substitución del alcohol por las
drogas en las últimas décadas. A pesar de esos vacíos el libro es lo bastante
interesante para que le sean perdonadas esas ausencias.
2016
[1]
Cheever dice de sí misma que “era una
adicta a todo”: “como muchas mujeres, yo controlaba una adicción con
otra…cuando beber se volvíó un problema
dejé de beber y empecé a comer. Cuando gané peso volví a beber o a gastar más
dinero…”.
[2]
Thoreau hizo tres viajes a Cape Cod entre los años 1849 y 1855 y publicó más
tarde el relato de esos viajes en Cape
Cod (Dando Pata, 2009) donde habla, entre otras muchas cosas, de los tiempos de los peregrinos. En su libro
hay una erudita nota sobre Galicia: “La playa más próxima a nosotros del otro
lado…exactamente al este, se hallaba en la costa de Galicia… el audaz cabo de
Finisterre, un poco al norte…se adelantó hacia nosotros…”. Thoreau, era
abstemio. Emerson, también vecino de Concord, se quejaba de que no era fácil
hablar con un abstemio como Thoreau.
[3] Puede
consultarse al relato de los primeros tiempos de la colonia en http://www.histarch.illinois.edu/plymouth/mourt1.html
[4]
Pasajeros y tripulantes comían carnes saladas de cerdo, vaca o caballo, algo de
queso, guisantes y habas. Una dieta tal tampoco ayudaba a mantener la sobriedad
a bordo.
[5]
El problema era que pagaban tributos a la metrópoli sin tener representación en
el Parlamento. Hamilton, mantuvo las tasas porque, decía, ahora si hay
representación parlamentaria.
[6]
John Adams y sus hijos John Quincy y Charles Adams, desembarcaron en Ferrol en
1779 camino de Francia, viaje que hicieron por tierra. Su destino era el puerto
bretón de Brest al que no pudieron llegar por una vía de agua en el buque
francés en el que navegaban.
[7] Martel. F. Cultura Mainstream. Taurus. 2011.
[8] Jackson Turner.F. History, frontier and section.
University of Nuevo Méjico Press.1993; Courtwright.D.T. Violent Land: single men and social disorder from the frontier to the
inner city. Harvard University Press. 1996. Excelente libro
que estudia las razones de la violencia en Estados Unidos desde la colonización
a los guetos y la epidemia de drogas. Slotkin.R. Gunfigther Nation.Harper Perennial.1993. Libro no menos interesante
centrado en el mito de la frontera (del Oeste) y su papel en la formación de la
cultura americana.
[9] Vid: La fractura: vida y cultura en Occidente,
1918-1938. Philipp Blom. Anagrama. 2016.
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