EAVESDROPPING.
AN INTIMATE HISTORY. John L.
Locke. Oxford
University Press.2010.
En su explicación, Locke, usa eavesdropping en dos sentidos. El
convencional, la subrepticia observación
que se hace de las experiencias íntimas de otros (como mirar por el ojo de
la cerradura o escuchar aparentando inatención en un ambiente público), lo que
implica la intervención de ojo y el oído. El husmear e indagar del español, que
dejan abierto el campo incluso a las preguntas a terceros, los asigna Locke, al
gossip, al cotilleo. La comunicación
que siempre ha interesado a los lingüistas y psicólogos es diádica: un emisor
A, emite señales que son recibidas por un receptor B que a su vez pasa a ocupar
la posición de emisor. El eavesdropping,
es también comunicación, pero con dos diferencias: emisor y receptor mantienen
una actividad íntima sin ser conscientes de que existe otro receptor no
conocido por ellos. En estos casos, la
información intercambiada no es “donada”, sino “robada”.
En su segundo uso, metafórico, eavesdropping es una especie de
instinto: la apetencia presente en todos los seres humanos a lo largo de la
vida por conocer lo que está ocurriendo en las vidas personales y privadas de
los otros. Evolutivamente, aquellos que conocían lo que los demás estaban
haciendo o podrían hacer en el futuro, tenían más posibilidades de sobrevivir y
pasar sus genes a la siguiente generación. Esa ventaja evolutiva no era tal en
los tiempos de los cazadores-recolectores pues todas las actividades se hacían
públicamente pero, hace 10 o 15.000 años, ocurrió algo relevante. Por primera
vez en la historia, con la domesticación del ganado, la pesca y la agricultura,
los humanos se hicieron sedentarios, y también por vez primera, levantaron
alojamientos. Nuestros ancestros
comenzaron a vivir detrás de muros y la posibilidad de la información
directa comenzó a secarse porque las actividades cotidianas, hasta entonces públicas
y transparentes, se fueron haciendo parcialmente privadas. Los muros, eran una
nueva tecnología que paradójicamente amenazaba la seguridad de los grupos
humanos al mismo tiempo que ofrecía oportunidades para soportar las presiones e
inclemencias externas. Para Peter Wilson, antropólogo australiano, un subproducto
de la domesticación fue la privacidad, que “no
era natural en la vida humana” y despertaba sospechas, curiosidad y
oposición. Podemos preguntarnos, Locke no lo hace, si era posible ser paranoide
en una sociedad transparente como la de los cazadores-recolectores o si fue la
aparición de la privacidad con la domesticación y la agricultura lo que
permitióla posibilidad de lo paranoide.
Los muros de los hogares interrumpían la
“conversación visual” que hasta entonces había sido la norma en la historia
humana. Los que permanecían en el interior de sus alojamientos cuando las inclemencias
del tiempo no lo justificaban, hacían sospechar a los demás miembros de la
comunidad que los que estaban detrás de esos muros podían estar tramando algo
siniestro fuera del alcance de la mirada comunitaria pero permitían al mismo
tiempo, que los protegidos por los muros desarrollaran conversaciones
“familiares”. Los grupos humanos, como en la fábula de los erizos que tuvieron
que hacer varios ensayos hasta encontrar la distancia adecuada que les
permitiera estar juntos sin que sus púas los dañaran, tuvieron que desarrollar
estrategias para equilibrar “la púa” con “el muro”. En los primeros tiempos del
sedentarismo, hubo grupos que construían casas pero no vivían en ellas lo que
parecía no tener sentido. Para Locke, los que se comportaban así, eran “resistentes”
que se oponían al cese de la transparencia en la que hasta entonces habían
vivido porque, ahora, para seguir sabiendo “quien hacía qué y a quienes”, eran
necesarias estrategias más invasivas y no se trataba solo de ver la superficie
externa de los otros, sino de conocer su interior, su intimidad. “Existir como
ser humano, implica estar bajo escrutinio” y ese escrutinio, antes
transparente, se había vuelto más difícil. Somos procesadores de información
pero la información evolutivamente relevante, no es la que se guarda en las
bibliotecas sino la que emana de la propia vida y será más importante y
verdadera en la medida que sea más íntima y no exista la posibilidad de fingimiento,
de ahí, el oír o ver a escondidas, porque en esos casos, el espiado, abandona
las medidas defensivas anti-intrusos, tanto en lo privado como en situaciones
públicas, “sin muros”, en las que podría recurrir defensivamente a fingir o susurrar
porque, incluso el escuchar o ver “a escondidas”, puede hacerse estando visible,
simulando inatención, adoptando el modo
del observador-participante de la antropología, (ocultando las verdaderas
intenciones) o estando “visible”, pero bajo otra apariencia que no es la propia (disfraz).
El impulso de invadir los espacios
privados de otros es universal. Es un apetito voraz que, aunque no haya tenido
un nombre definido, nunca impidió su conocimiento y su práctica. Hoy en día,
dice Locke, los descendientes de ese apetito por conocer la intimidad de los
otros, con el cotilleo y sus hermanos, el rumor y el escándalo, tienen la
capacidad de cambiar fortunas, destrozar reputaciones y arruinar vidas.
Locke, recurre para ilustrar este
apetito, al demonio Asmodeus de Le diable
boiteux de Alain René Le Sage (1668-1747) pero olvida la fuente de ese
demonio, el diablo cojuelo, retenido
por un astrólogo en su buhardilla de Madrid, que al ser librado de su encierro
por Cleofás, un estudiante que huía de la justicia, lo recompensa levantando
los techos de las casas de la ciudad de Madrid para que Cleofás, pueda ver las
intimidades de las vidas que allí residían. Le Sage, copia argumento y
protagonistas de ese Diablo Cojuelo que
escribió Vélez de Guevara (1579-1644)[2]
que tuvo en su tiempo, numerosas réplicas en francés, alemán, y otros idiomas y
despertó la envidia de unos cuantos literatos como Nathaniel Hatworne o Dickens
que desearían haber disfrutado de la posibilidad que concedió el diablo cojuelo
a su libertador. Que el apetito para espiar las vidas ajenas es universal lo
sabía bien Alfred Hitchcock que, no solo filmó la obra cumbre sobre el
fisgoneo, “La ventana indiscreta”, (The rear
window) sino que apostaba con quien fuera, a que, si viéramos una mujer
desnudándose para acostarse o simplemente un hombre holgazaneando en su
habitación, no desviaríamos la mirada y diríamos: No es asunto mío… Seguiríamos mirando[3].
Un caso especial de eavesdropping es el de los criados, sobre todo en las casas
señoriales de la Inglaterra del XVIII,
XIX y principios del XX. Entre los siglos XVII y XX, se levantaron en
Inglaterra más de 500 casas señoriales nuevas. Todas ellas necesitaban criados
para su mantenimiento y estos sirvientes vivían bajo el mismo techo que sus
señores y sabían de sus intimidades que
entonces como ahora, “todos” deseaban conocer. Muchas veces, los criados como
únicos testigos, eran convocados en pleitos de divorcio o maltrato doméstico y
sus testimonios no eludían las intimidades más escabrosas. Un marqués acusado
de impotencia, aportó el testimonio de sus criados que aseguraron haberlo visto
con una espléndida erección matutina en más de una ocasión. Los testimonios de
camas revueltas, huellas de esperma en las sábanas o ruidos en el dormitorio,
no eran infrecuentes. Los criados, tenían una posición complicada. Su
“espionaje” les daba poder o les traía desgracia según que o por quien
declaraban pero había algo más que eavesdropping.
A principios del siglo XX, el 13 % de la población trabajadora eran sirvientes[4].
En Francia, en la misma época, un tercio de todas las mujeres jóvenes trabajaban
como criadas. Todos estos privilegiados “intrusos” sabían lo que sus señores
comían y bebían, como se vestían, cuantas veces se bañaban, como hablaban, que
tipo de música y entretenimiento disfrutaban. Ser criada o criado, era para la
mayoría de ellos, casi todos muy jóvenes,
algo transitorio que duraba hasta que se casaban pero en ese tiempo
aprendían y emulaban todos los hábitos y maneras de sus señores incluyendo el
gusto por el té o el modo de ladear el sombrero y también los valores morales.
Esa emulación, servía como un importante medio de difusión cultural desde las
clases altas a las bajas. Las criadas al casarse, llevaban a sus hogares de
clase baja los modos de la clase alta mientras que los criados, que ahora
sabían comportarse como un gentleman, podía aspirar a puestos de trabajo más
importantes a los que su posición social de nacimiento los destinaba. La
situación era sin embargo insostenible. En los años finales del siglo XIX, la
servidumbre, ahora en su mayoría letrada, almacenaba mucha información que
anotaba con el fin de aprovecharla si los tiempos venían malos o buenos. Se
habían convertido en periodistas “amarillos” y de algún modo en “policías” que
espiaban el santuario del hogar victoriano que vivía ajeno a las normas de la
sociedad exterior. Los señores, reaccionaron de varias formas. No despidieron a
la servidumbre, la necesitaban, pero la aislaron. Antes, los criados
permanecían detrás de las puertas del comedor, incluso del dormitorio, para
acudir en cuanto eran llamados lo que les permitía escuchar y ver, por el ojo de
la cerradura, lo que pasaba en los salones. El “invento” de la campana que se
hacía sonar a través de una cuerda que llegaba a la cocina o a los alojamientos
de los criados, ahora separados por pasillos, corredores y pisos, evitaba ese
acechar detrás de las puertas que además se dotaron de un escudete que tapaba
el ojo de la cerradura desde el interior. Además, se contrataron camareros
sordos y se insonorizaron las habitaciones y salas. La tecnología hacía su
aparición contra los espías internos.
El fisgoneo permitía el chantaje (blackmail) que combina dos acciones no
delictivas en una, que si lo es: pedir dinero y saber algo relevante y
verdadero pero comprometido de alguien. En inglés, se llama greymail, a un tipo de chantaje no
explícito en el que alguien sorprende por casualidad a otro en una situación
comprometida pero no exige dinero por su silencio ni difunde lo oído o visto. A
pesar de ello, el sorprendido, se siente en deuda o amenazado y tiende a
favorecer al que calla de un modo u otro.
Locke, se pregunta, si el impulso
evolutivo de espiar las vidas ajenas se abandonaría cuando ya no produce
ventajas evolutivas tangibles sino solo diversión. La respuesta es afirmativa
como podemos constatar a diario. El fisgoneo recreativo, fue muy popular antes
de la época de los mass-media pero
ahora, millones de voyeurs fisgonean
las vidas ajenas en los numerosos programas de televisión como Gran Hermano que
satisfacen ese evolutivo apetito de intromisión (en los espectadores) con un
nuevo componente más reciente (el exhibicionismo de los participantes). Locke,
no dedica mucha atención a los modos nuevos de fisgoneo y cotilleo que inundan
las revistas y televisiones y tampoco al “guasapeo”, Instagran y similares.
Paparazzis, y programas británicos de puro cotilleo del tipo de Sálvame son mencionados pero apenas analizados. Facebook
y Twuitter tienen algo más de espacio en el libro. Los considera los
herederos de los Diarios íntimos que
salvo raras ocasiones no estaban destinados a su publicación o eran publicados
años después del fallecimiento de su autor como el Diario de Samuel Pepys, escrito incluso con claves secretas que fue
descubierto entre los papeles de su legado muchos años después de su muerte. En
Facebook y Twitter como en Gran Hermano, no hay robo de intimidad
sino exposición voluntaria que a veces puede ser falsa o acordada como cuando
alguna celebrity permite ser
fotografiada “por azar” previo pago de cantidades que pueden ser importantes. O
como los innumerables “acechadores” que asisten silenciosos a los intercambios
de los participantes sin hacerlo ellos mismos protegidos con seudónimos o desde
el anonimato sin más.
Si el eavesdropping
implica el robo de experiencias íntimas de otros el cotilleo es la difusión de
este robo. Umberto Eco, dedicó un largo artículo al cotilleo en uno de sus
últimos libros que viene aquí al caso. Para Eco, una de las tragedias sociales
de nuestro tiempo ha sido la transformación de esa válvula de escape, bastante
útil, que era el cotilleo. En su versión clásica, el que se hacía en la taberna
o la peluquería, el cotilleo era un elemento de cohesión. Nunca se refería a
personas sanas, o felices sino a los errores y desgracias ajenas y podía
expresar desprecio pero también compasión. El cotilleo moderno, es un producto
de la prensa que se ocupaba de personas relevantes que se exponían
voluntariamente a la observación de fotógrafos y cronistas. Este tipo de
prensa, “inventaba” noticias, pero inventar, no es para Eco, informar de un
acontecimiento que no se ha producido sino, convertir
en noticia aquello que antes no lo era. Con la prensa y después con la
televisión, el cotilleo pasó de susurrarse a gritarse y entró en una segunda
fase en la que ya no eran los cronistas los que cotilleaban sino que eran las teóricas
víctimas del cotilleo las que se ofrecían a cotillear sobre sus intimidades.
Una epidemia de “visibilidad” parece propagarse en los últimos tiempos. Tres
significantes la delatan y es posible escucharlos en políticos, y laicos: poner en valor, hacer visible, mostrar solidaridad.
Todo el mundo quiere subir al escenario a poner en valor lo que sea y hacer
visible su solidaridad con no importa qué; el problema es que ya casi no hay
espectadores para tanta visibilidad. El fisgoneo no ha podido, al parecer,
escapar de esa visibilidad que todos ahora procuran. Este libro aporta algunas
claves para entender esta “epidemia” difícil de soportar al menos para quienes
añoran el “sano” cotilleo antiguo.
2016
[1] En el diccionario de la RAE, fisgonear, nos lleva a fisgar
y este a husmear, que se define como,
“indagar algo con arte y disimulo”. El María Moliner, define fisgar, como, el procurar alguien enterarse indiscretamente de los asuntos de otros
preguntado, hablando con ellos, yendo a sus casas y da como sinónimos, atisbar, y acechar.
Husmear, es tratar alguien de enterarse
de cosas que no le conciernen. Eavesdropping tendría
en español, tanto de fisgar, como de husmear, atisbar o acechar. En lo que
sigue, se empleará fisgar, fisgonear, espiar, o escuchar o ver a escondidas
según el sentido que tenga eavesdropping en
cada frase del texto.
[2]Vélez de
Guevara se inspiraba a su vez, en las
tradiciones populares y en la obra de Rodrigo Fernández de Ribera (1579-1631), Los anteojos de mejor vista, en la que la invasión de la intimidad
de los vecinos se produce desde la Giralda de Sevilla a través de unos anteojos
especiales
[3] En Islandia, 300.000 habitantes y tres
veces la extensión de Galicia, cuenta Milan Kundera en El Encuentro, que para soportar la soledad los granjeros apuntan
sus prismáticos hacia sus muy lejanos vecinos de las otras granjas que hacen lo
mismo que sus vecinos. El libro de
Locke, no deja dudas de que se trata de algo más que de soportar la soledad. El
mismo Kundera habla de, “se espían unos a otros” y no hace mucho que en Nueva
York ocurrió algo semejante. Los ópticos informaron de ventas masivas de
pequeños telescopios que no eran precisamente para observar los cielos sino las
ventanas de sus vecinos.
[4] En The Lyttelton-
Hart –Davis Letters, 1952-1962, A selection, 2001, Editorial John Murray, uno
de los libros epistolares más hermosos que he leído (y no fueron pocos),
Hart-Davis escribe a Lyttelton, que Sir Lionel Philips, un multimillonario
africano, tenía setenta jardineros en su casa de Hampshire (además de
otros muchos criados para los demás
servicios).
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