EL SIGNIFICADO DEL ASCO. Colin
McGinn. Cátedra. 2016.
El tema, escribe McGinn, es delicado y repelente de ahí que Mc Ginn avise: Este libro tiene un problema de decoro. Evasivas y eufemismos son la norma cuando se habla de cosas asquerosas pero también, añade, se trata de una historia interesante cuando no apasionante. El asco pertenece con el miedo y el odio a las emociones repulsivas pero hay notables diferencias entre ellas. El miedo es defensivo y mira al futuro; el odio, es agresivo y mira al pasado. El asco es una emoción estética ligada a la apariencia del objeto y a la evitación que provoca. Sentir asco lleva a evitar el contacto con el objeto asqueroso. No es agresivo ni defensivo. Está ligado a los sentidos de la vista, el olfato, el tacto y el gusto. Solo el oído está libre de estímulos asquerosos. En el miedo y el odio la apariencia puede ser engañosa. Lo que pensamos peligroso puede no serlo; aquel que suponemos que nos hizo daño y por eso lo odiamos, puede no haber sido el causante de nuestro mal. En el asco no se produce ese tipo de errores: es la apariencia del objeto la que provoca el asco.
Para McGinn, hay nueve categorías de
objetos asquerosos. La primera, el cuerpo en descomposición, no tanto el de un
fallecido reciente como el de aquel en que se haya ya iniciado el proceso de
putrefacción. El asco es máximo en estas primeras etapas para ir disminuyendo a
medida que el proceso avanza. En su estadio final, el esqueleto limpio de
carne, ya no induce asco. Las partes “muertas” de un cuerpo vivo asquean como
el cadáver: miembros con gangrenas, por ejemplo y los muertos-vivos como los
zombies de ficción, con sus pedazos de carne podrida colgando o los leprosos
comparten esa repulsión pero los nuevos vampiros de los filmes ya no provocan,
como los antiguos, esa emoción. Tambien los amputados, decapitados o castrados
son repulsivos. La segunda categoría de objetos asquerosos son las excreciones
corporales: heces, orina, sangre mestrual, mocos, vómitos, pus, saliva, sudor
rancio, caspa, mal aliento... Hay algunas excepciones como las lágrimas
transparentes e inodoras, el sudor fresco y los labios húmedos. En uno de sus
libros, el (anti) psiquiatra Ronald Laing proponía el siguiente experimento
para mostrar a sus alumnos la relación del asco con estas excreciones: traiga
saliva a la boca; déjela un rato en la boca; vuelva a tragarla. Ningún
problema. Haga la misma operación pero deposite esa saliva sobre un vaso de
agua pura. Intente ahora beber el agua con su saliva flotando. Muchos no podrán
hacerlo. La tercera categoría de McGin la forma todo lo crece sobre o dentro de
nestro cuerpo: granos, acné, verrugas, forúnculos, heridas, costras,
sarpullidos, quemaduras, deformidades, lunares, vello anormal, tumores,
quistes, obesidad, desproporciones, piel suelta, arrugas, varices... La piel,
dice McGinn, es una cornucopia de objetos desagradables de ahí el poderío de la
industria cosmética destinada a ocultar esas imperfecciones. El pelo ha sufrido
desde hace algunos años una evolución hacia el depilado sobre todo en mujeres.
El vello axilar o las cejas muy pobladas son ahora repulsivas como el vello de
las piernas o el púbico. Una espalda pilosa en hombres es repulsiva y el vello
excesivo del pecho y piernas y por
supuesto, los pelos seniles de naríz y orejas, lo son también. En las mujeres,
solo una cabellera abundante está libre de esas aversiones. Los callos del
trabajo, se aceptan, los piercing, se
toleran según su localización mientras que los tatuajes empiezan a normalizarse
a pesar de que dan a la piel un aspecto sucio. La cuarta categoría es menos
habitual. La forman las visceras de nuestro interior que solo podemos
contemplar en ocasiones como accidentes o heridas que exponen esos órganos a la
vista. También los agujeros (ano, vagina, boca, ) que son entradas a ese mundo
interno repulsivo por el que manan las excreciones fabricadas en el interior,
comparten la repulsión. La quinta categoría, la forman ciertos animales:
cucarachas, arañas, moscas, serpientes, murciélagos, babosas, gusanos, tenias,
bacterias... La lista es grande y dispar por lo que hay que preguntarse (sin
que quede claro) que es lo que une a sus miembros. Algunos animales entran en
nuestras casas y roban nuestra comida, otros son portadores de enfermedades,
pero a otros, los adoptamos como
mascotas. La sexta categoría, las plantas, tienden al grado cero de
asquerosidad y parece que solo las plantas marinas viscosas o las parásitas
`pueden asquearnos. La séptima categoría, es la suciedad. Suciedad, es, lo que
pensamos que está sucio y su tipo primordial es la suciedad que se pega a la
piel y necesitamos quitar con agua y jabón (que en si mismo como grasa, es
sucio). La higiene personal que combatimos con duchas y lavados es un esfuerzo
por mantener a raya la suciedad que fluye desde nuestro interior hacia el
exterior y la que se adhiere a nosotros
desde el exterior pero en esa suciedad, no se incluye por ejemplo, el
maquillaje que suele ser delicadamente grasiento. La octava categoría son los comportamientos
repulsivos: sexo con animales, pedofilia, homosexualidad, sexo anal, besos
negros... Aquí, advierte McGinn, hay que distinguir la emoción estética del
asco del juicio moral: algo puede ser repulsivo sin que nada pueda objetarse
desde el punto de vista moral. Para mucha gente, ciertos comportamientos pueden ser repulsivos pero no
los condenan cuando otros los practican. La novena categoría es el asco moral e
intelectual: la corrupción, el hacer trampas, la crueldad, el acoso, el engaño,
el egoismo, la hipocresía, la palabrería, el plagio... Este tipo de asco deriva
de los básicos y puede tener un carácter metafórico pues el asco se expande
facilmente hacia territorios que no son propiamente el suyo.
Para McGinn el núcleo duro del asco
lo forman la carne putrefacta (descomposición), las heces (excrección) y las
heridas (daño corporal). Los demás casos surgen de estos tres núcleos a partir de los que McGinn analiza las
teorías propuestas hasta el momento sobre el origen del asco. La teoría de la toxicidad del gusto la
propuso Darwin para quien el gusto sería el principal sentido implicado. Los
objetos nos parecerían asquerosos cuando imaginamos ingerirlos y su finalidad
sería, en términos evolutivos, protegernos de los alimentos tóxicos. Es una
teoría que McGinn rechaza porque muchas cosas asquerosas no son ni tóxicas ni
no nutritivas. La teoría del olor fétido
tampoco es muy consistente por razones muy parecidas. Muchos objetos asquerosos
(como las verrugas) no “ofenden nuestras fosas nasales”. La teoría de la herencia animal, según la
que nos asquea todo lo que nos recuerde nuestro ancestral origen animal, tiene
poca consistencia y es facilmente refutable como la teoría del proceso vital. McGinn solo considera dos teorías muy
relacionadas entre sí: la teoría de la
muerte y la de la muerte en vida.
La muerte está siempre presente de manera cubierta o encubierta en el asco y
parecería que todo aquello que nos hace recordar nuestra muerte nos produciría
asco. La teoría tiene un problema inoportuno: el esqueleto. Los huesos de un
esqueleto nos hacen recordar la muerte pero no producen asco de ahí que sea la
segunda de las teorías mortales, la de la muerte en vida, la más consistente.
Los huesos son, o nos parece, poco orgánicos. Parecen pertenecer al mundo
mineral y lo mineral, no asquea. Lo que si lo hace es la muerte en medio de la vida, la vida en proceso
de putrefacción o la muerte resucitada con sus colgajos de carne como en los
zombies (fílmicos, claro).
En sus dos capítulos más filosóficos (y espesos) McGinn
diferencia entre la represión apetitiva
(reprimimos un deseo y nos esforzamos en no pensar en ello) y la represión epistemológica, (tratamos de
bloquear nuestro conocimiento sobre un hecho desagradable) conceptos que no son
freudianos ni inconscientes. Estamos, dice, epistémicamente reprimidos sobre
nuestra propia asquerosidad e intentamos bloquear nuestro conocimiento sobre
ello: Sabemos que somos repugnantes pero
tratamos de no ser muy conscientes de ello. McGinn piensa que Freud
identificó de forma errónea la verdadera fuente de nuestra deseada ignorancia: Lo que desamos suprimir es acerca de nuestra
naturaleza orgánica no de nuestros deseos incestuosos... El asco serviría para rebajar nuestros
deseos más egregios o para impedir que estos se apoderen de deseos perversos
como la necrofilia o La coprofilia. El asco actúa como un represor apetitivo
pero la represión epistémica del conocimiento sobre nuestra propia asquerosidad
tiene el efecto contrario y daría más libertad a los deseos excesivos diluídos
por el asco en virtud de la represión del conocimiento sobre el asco...
Al final del libro McGinn hace un
ejercicio de “filosfía práctica” y analiza el papel del asco en lo cotidiano.
La vestimenta, por ejemplo, además de protegernos de los elementos es una
manera de neutralizar el asco aunque un grupo de “heroicas almas”, los
nudistas, batallen contra las fuerzas del asco al mantener que el cuerpo “no es
inherentemente asqueroso ni siquiera en sus “partes íntimas”: ¿Que podríamos
decir del “nudismo extremo” en el que todas las funciones del cuerpo se realizan
sin tapujos?... El nudismo, es solo creíble dentro de unos límites muy
estrictos: Somos una especie social y
somos una especie propensa al asco... la sociabilidad nos empuja a juntarnos
pero el asco nos inclina a sepraranos...”. La ropa ayuda, dice McGinn, pero
lo esencial es establecer una distinción entre lo público y lo privado pues en
lo privado lo asqueroso puede campar a sus anchas. Así nació el concepto de
“retrete”. Sin retretes la vida en sociedad
sería muy difícil de sobrellevar y aún así conviene no imaginar en exceso; la
actríz más etérea y glamourosa no resistiría si la imaginamos en un retrete y que decir de un Jesucristo
imaginado con funciones fisiológicas... Ningún creyente puede soportar esta
imagen (que es verdadera) sin que sienta agrietarse su fe. El sexo es la forma de contacto humano que
pone a prueba nuestra tolerancia para el asco potencial. La experiencia sexual
es una mecla de atracción y repulsión, o “mejor aún, la atracción triunfante
sobre la repulsión”. Existe una incómoda desconexión entre la anatomía humana y
la psicología y dejaremos sin citar los ejemplos crudos y también cómicos, con
los que McGinn ilustra sus ideas.
Cada edad de la vida tiene sus ascos: en la
adolescencia, acnés, vello corporal, espinillas, sangre menstrual o semen
exigen acostumbramiento y tolerancia. En la edad adulta, la covivencia íntima
en pareja y el cuidado de los hijos introducen nuevos estímulos asqerosos. En
la vejez, el deterioro físico, la enfermedad, la incontinencia, son componentes
del asco geriátrico. Tampoco el amor y el arte se salvan del asco y para que
hablar de los modales de mesa y fisiológicos de los que Norbert Elías hizo el
centro de su estudio sobre la civilización o de las palabras malsonantes o la
religión que en alguna de sus variantes puede catalogar de manera muy precisa,
como en el Levítico, lo que es asqueroso y lo que no en alimentos o relaciones.
En fin... libro indecoroso que tiene
el decoro de ser de lectura interesante y amena en casi su totalidad*.
*Colin McGinn
(1950-). Filósofo británico. Publicó más de 20 libros sobre temas diversos, en
especial sobre filosofía de la mente. Su libro Ethics, Evil and Fiction, (que pude leer), es un excelente tratado
sobre el Mal. En 2011 tuvo que renunciar a su plaza de la Universidad de Miami
al ser acusado por una estudiante graduada de acoso sexual, (acoso negado por
él), al que siguió un acalorado debate entre colegas y miembros de la
universidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario