domingo, 30 de abril de 2023

 

THE RIGHTEOUS MIND. Why good people are divided by politics and religion.Penguin Books. 2012.

 


                

Son 500 páginas, 130 de notas y bibliografía, las que Jonathan Haidt, psicólogo social, dedica a exponer su Teoría de los fundamentos morales y las razones del porqué las buenas gentes se dividen y se enemistan por sus diferentes ideas religiosas o políticas. Pocos asuntos, creo, de mayor interés que el que Haidt estudia pero su teoría,  que avanza a lo largo del libro con pasos bien medidos, no será fácil de resumir. Esta reseña, me temo, será larga.

Haidt escribió este libro con “la esperanza de que si los americanos comprenden los sesgos que afectan a su pensamiento moral cotidiano puedan ser capaces de comprenderse mejor entre sí.

1.- El perro de una familia muere atropellado por un camión delante de la casa familiar. Los dueños, que habían oído que la carne de perro era muy sabrosa, descuartizan el perro, lo cocinan y lo sirven en la mesa como cena. Un hombre acude todas las semanas al hipermercado y compra un pollo. Al llegar a casa tiene sexo con él y después, lo cocina para cenar.

Son dos de los ejemplos imaginarios que propone Jonathan Haidt para hacer pensar a sus alumnos sobre psicología de la moral. Si usted es una persona educada sentirá asco al escuchar estas historias pero tendrá dificultades para explicar porqué es repugnante ese comportamiento.El perro era de la familia, ya estaba muerto, no le hicieron daño alguno y tenían el derecho de hacer con su cuerpo lo que quisieran. El hombre del pollo no le hizo mal a nadie con su comportamiento y todo sucedió privadamente. A pesar de eso, el asco experimentado es aún mayor que en el caso del perro.

           Cuando se le pide a los que escuchan estas historias que razonen el porqué del asco sentido suelen decir algo parecido a esto: Bien; pienso que es algo asqueroso y que debieron enterrar el perro pero no sabría decir que es lo moralmente equivocado. Si quien responde es un liberal, en el sentido que ese término tiene en los Estados Unidos, dirá que cualquiera puede hacer lo que quiera mientras no haga daño a los demás. Si se trata de un conservador puede que responda que quien tenga sexo con un pollo o coma su perro, está haciendo algo moralmente equivocado pues algunas acciones son moralmente equivocadas aunque no dañen a nadie.

Cuando Haidt  le hizo esas preguntas a la gente que salía de un MacDonals popular, se encontró con que las respuestas eran muy diferentes a las de sus alumnos  de la Universidad de Pensylvania. Sus alumnos respondían según el principio que estableciera en 1859 John Stuart Mill:

El único motivo por el que el poder puede ser rectamente ejercido sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada en contra de su voluntad, es impedir que dañe a otros...

La respuesta  típica de  sus estudiantes era:

 Es perverso, pero el pollo era suyo, lo que hizo fue algo  que ocurrió en privado, no le hizo mal a nadie, por lo tanto es correcto.

La gente de los MacDonalds, trabajadores manuales en su mayoría, confrontados con ese tipo de preguntas, callaban y miraban a Haidt como si fuese tonto. ¿Tengo que  explicarle a usted  porqué está mal...?.

Hay más historias. Un colega de Haidt le propuso a un grupo de estudiantes las siguientes situaciones: 1.- Un hombre tiene a su mujer enferma de gravedad y no tiene dinero. Roba la medicina. ¿Es correcta su conducta?. 2.- Tengo en este contenedor una cucaracha esterilizada comprada en un laboratorio donde fue criada en un ambiente limpio. Nosotros volvimos a esterilizarla y no tiene ningún germen. Voy a meterla en este zumo. Ahora: ¿bebería usted un trago de este zumo?. 3.-Aquí tengo este papel donde escribí lo que sigue: Yo... (el nombre del entrevistado), le vendo mi alma después de mi muerte a...(el entrevistador) por dos dólares...4.- Un hermano va con su hermana de vacaciones a París. Estando solos en la habitación piensan que sería agradable tener sexo entre ellos. El usa un preservativo. Ella ya toma la píldora. El acto fue agradable pero deciden no repetirlo más. Será un secreto entre ellos que los unirá más.

Confrontados con estas historias los entrevistados estuvieron de acuerdo con la conducta del hombre en el primer caso y dieron justificaciones razonables para ella: la conducta era correcta porque la vida está por encima de la propiedad. En los otros  casos no había daño posible aparente pero los sujetos no acertaban a justificar su respuesta. Por ejemplo: solo un 13 % estuvieron de acuerdo en que la conducta de los dos hermanos había sido correcta. Los demás la rechazaron pero fueron incapaces de dar razonamientos que justificaran su rechazo. No había peligro de descendencia, fue consentido, fue agradable, no habría reincidencia, no dañaron a nadie…Lo mismo ocurría en los casos de la cucaracha y la venta del alma.  En estos casos, es obvio, dice Haidt, que los entrevistados hicieron sus juicios morales de modo emocional e inmediato e intentaron después justificarlo. El razonamiento, era el sirviente de las pasiones como Hume pensaba y no siempre lo servía con eficacia.

2.- El libro de Haidt pretende responder a las perplejidades de sus entrevistados. Es un estudio de psicología moral que divide en tres partes regidas cada una de ellas por un principio y una metáfora:

 I.-Las intuiciones vienen primero; el razonamiento, después.

II.- Hay más morales que la de daño-justicia (la de Stuart Mill).

III. La moral une y ciega.

 En los ejemplos mencionados, los sujetos rechazaban o aprobaban  primero lo narrado y después intentaban justificar el rechazo razonando, lo que no siempre conseguían. Se comportaban según el  primer principio de la teoría de la moral de Haidt que dice que las intuiciones vienen primero y el razonamiento  después. Haidt, propone la metáfora de un elefante (las intuiciones, el procesamiento automático) y su jinete guía (rider), (el razonamiento consciente). El cerebro, evalúa todo de modo automático en términos de amenaza o beneficio potencial y ajusta su conducta a sus evaluaciones para conseguir lo bueno y evitar lo malo. Los animales, hacen esas evaluaciones miles de veces al día sin necesidad de razonamiento consciente.

En 1980, Robert Zajonc, recuperó antiguos trabajos de Wundt de 1890 en los que había formulado la doctrina de la “primacía de lo afectivo”. Pequeños flash de sentimientos positivos o negativos, decía Wundt, acompañan a la percepción y están de tal modo entretejidos con ella que forman parte del proceso. Zajonc, aconsejó a los psicólogos que tuvieran en cuenta este proceso de dos pasos, el rápido, afectivo, ligado a la percepción, y el lento, el de pensamiento, que consideraba muy nuevo evolutivamente y vinculado al lenguaje. El pensamiento, es el jinete; lo afectivo, el elefante.

3.- Las ideas de Haidt sobre la pluralidad de morales, tienen su fuente en Richard Shweder, un psicólogo cultural, con el que colaboró en la Universidad de Chicago. Shweder, reconocía tres éticas, la de la autonomía, la comunitaria y la de la divinidad. La ética de la autonomía supone que los individuos son entes autónomos que tienen deseos, necesidades y preferencias y deben ser libres para satisfacerlas sin dañar a los demás. En una sociedad semejante, conceptos como derechos, libertad y justicia, permitirán a las  personas coexistir de modo pacífico sin interferir con los proyectos de los otros. Es la ética dominante en Occidente pero basta con poner un pie fuera de la sociedad occidental para que nos encontremos con las otras dos éticas de Shweder.

La ética de la comunidad, que predomina en Asia, está basada en la idea de que las personas son, en primer lugar, miembros de entidades más amplias como familia, ejército, compañías, tribus y naciones que son consideradas entidades reales que hay que proteger. En este caso, los conceptos morales predominantes son, deber, jerarquía, respeto, reputación y patriotismo. La idea occidental de que las personas deben diseñar sus propias vidas y procurar sus metas, se considera una idea egoísta y  peligrosa que debilitará las instituciones de las que depende cada miembro.

La ética de la divinidad, tiene como fundamento la idea de que las personas son recipientes en los que fue implantada un alma divina. Son algo más que animales con conciencia y el cuerpo es un templo. Aúnque no se dañe a nadie, para esta ética, que alguien tenga sexo con un pollo, viola el orden sagrado del universo y degrada a quien lo hace y a su  creador. Los conceptos determinantes son aquí, santidad, pureza, contaminación, elevación y degradación. La libertad personal del Occidente secular es considerada como libertina, hedonista y una celebración de los más bajos instintos humanos. Fue esta ética, que Haidt consideraba extraña y nada fácil de comprender, la que lo llevó a India donde vivió con una familia lo que lo ayudó a comprender  la ética de la comunidad ( con facilidad) y la de la divinidad (con menos facilidad). En India, es la familia, no los individuos, la unidad básica de la sociedady en ella están incluidos los sirvientes. En este mundo moral, dice Haidt, igualdad y autonomía, no son valores sagrados. Honrar a los ancianos, a los dioses, a los huéspedes, proteger a los sirvientes y cumplir los deberes de los roles que tenemos asignados, es mucho más importante. Comprender porqué los hindús le dan tanta importancia al baño, a la comida y  a qué clase de persona tocan, preocupaciones  que comparten con los hebreos y los árabes, fue algo más complicado. Haidt llegó a la conclusión de que estas costumbres tuvieron su origen evolutivo en el asco despertado por cosas que podrían ser contaminantes por lo que era necesario, por razones de supervivencia, mantenerse alejados de ellas. Ese asco, extendió después su influencia sobre  algunos asuntos morales y sobre el propio cuerpo. Un hindú, come con la mano derecha después de lavarla pero se limpia con agua después de defecar, lo que hace “siempre” con la mano izquierda, por lo que se vuelve una segunda naturaleza equiparar izquierda con suciedad y derecha con limpieza.

 4.- Después de su estancia en India y bajo la influencia de Shweder, Haidt, se dio cuenta de que coexistían muchas matrices morales dentro de una nación y que cada una de ellas proporcionaba una completa, unificada e irresistible visión del mundo casi inexpugnable para los ataques y argumentos de los ajenos a ella y no es por azar que Haidt considere el “sesgo de confirmación”, el más dañino de todos los sesgos, como casi imposible de erradicar. La mayoría de las investigaciones psicológicas se hacen sobre un pequeño grupo social, los WEIRD, acrónimo de (western, educated,  industrialized, rich and democratic) que como palabra, literalmente quiere decir, raro, extraño. Una investigación que pretenda alcanzar conclusiones válidas tiene que tener en cuenta las diferencias entre grupos sociales y étnicos pues incluso dentro de un mismo país, hay grupos, como los WEIRD, que son muy atípicos (outliers) dentro de la sociedad y los resultados serán también atípicos. Esa fue la razón  por la que Haidt tuvo que ampliar su investigación para incluir diversos subgrupos étnicos y sociales.   Los universitarios de Pensylvania hablan casi de modo exclusivo empleando categorías de la ética de la autonomía mientras que los otros grupos, como los de la clase trabajadora, emplean también la ética de la comunidad y algunos elementos de la ética de la divinidad. Las diferencias alcanzan también al Yo (self). Si le pedimos a un grupo de WEIRD que complete unas frases  que comienzan por, “Yo soy...”, lo más probable es que lo hagan con palabras referidas a estados psicológicos internos (feliz, extravertido, tímido..) mientras que los asiáticos es probable que recurran a sus roles y relaciones (hijo de, empleado de ...).

Haidt, recurre a una analogía para explicar su teoría de las moralidades. Todos los seres humanos tienen en la lengua cinco receptores gustativos para los sabores dulce, salado, amargo, ácido yumami. Los alimentos y los modos de cocinar varían ampliamente en el mundo pero todos estimulan uno o varios de los receptores básicos. Sería tonto pensar que hay un receptor para la Coca-Cola, otro para el zumo de naranja y otro para el de mango. Todos estimulan el receptor para el dulce y según los casos, alguno  más. La mente moral, es como una lengua con sus varios receptores pero dependiendo de la cultura en la que nos criamos desarrollaremos un perfil de sabores diferente que podrá ser más o menos amplio. Muchos investigadores reducen la moralidad a un “único” receptor, o a dos, case siempre los relacionados con  daño a los otros o  con el trato justo y el respeto por los demás. Para Haidt, no es así. Las matrices morales varían pero tienen que adaptarse de algún modo a una serie de receptores básicos que fueron diseñados por la evolución. Esos “receptores” son módulos cerebrales especializados que se activan cando detectan en el ambiente un patrón específico. Los módulos, son como pequeños interruptores en los cerebros de los animales que se activan por patrones que fueron relevantes para la supervivencia en un nicho ecológico particular. Cuando estos módulos detectan el patrón, emiten una señal que cambia el comportamiento del animal de un modo adaptativo. Muchos animales reaccionan con miedo y huida la primera vez que se encuentran con una serpiente porque en sus cerebros hay un circuito que funciona como detector de serpientes (o de cosas que repten en el suelo). A lo largo de la evolución, esos módulos fueron añadiendo otros “disparadores” del circuito, de ahí que las variaciones culturales de la moralidadse puedan entender a partir de los disparadores añadidos o suprimidos por cada módulo.

Para Haidt, estos módulos morales son innatos pero hay que entender, como hace él mismo, que innato quiere decir que la naturaleza aporta un borrador que la experiencia revisa. Son prewired más que hardwired. Que algo venga incorporado no quiere decir que sea inmodificable. Quiere decir que está organizado previamente a la experiencia pero esta experiencia, las diferentes culturas en el caso de la moralidad, adaptan los módulos innatos, por eso si vamos en busca  de  semejanzas en las diferentes culturas del mundo no las encontraremos en el “libro” terminado y corregido varias veces sino en el “borrador” innato que está en la base.

Haidt, reformuló las tres éticas de Shweder y piensa ahora que hay por lo menos, cinco módulos relevantes, cinco pilares de la moralidad (que después elevó a seis) que están en la base de las matrices morales que la evolución diseñó para responder a retos adaptativos y que Haidt acompaña de su contrario:

 

 

Cuidado

Daño

Igualdad-Reciprocidad

Engaño

Lealtad

Traición

Autoridad

Subversión

Santidad

Degradación

 

  La sexta, añadida posteriormente, es: Libertad/Opresión[1].

El módulo, Cuidado/Daño, evolucionó para responder al desafío de la vulnerabilidad de los niños. Un ñu nacido en el Serengueti, puede correr a los pocos minutos de nacer. Un niño humano, después  de nacer,  tiene un largo período en el que precisa de cuidados. El módulo Daño/Cuidado, despierta en nosotros conductas de ayuda y cuidado cuando vemos señales de sufrimiento en un niño y asco cuando vemos señales de crueldad. La emoción dominante en este módulo, es la compasión.

El módulo, Igualdad-Reciprocidad/Engaño, evolucionó como respuesta a la necesidad de ser recompensados por nuestra cooperación sin que nadie se aproveche de ella. Nos hace aproximarnos a personas que es probable que sean buenos compañeros para el altruismo recíproco y a evitar a los tramposos. Las emociones dominantes son la rabia, la culpa y la gratitud.

El módulo, Lealtad/Traición, evolucionó como adaptación a la necesidad de formar coaliciones. Nos hace sensibles  a la señales  de que otra persona pueda ser o no ser, un buen miembro de la comunidad y a confiar en los buenos y castigar, expulsar o incluso matar, a los que traicionan al grupo. El orgullo de grupo, la rabia y la traición, son las emociones  de este módulo.

El módulo, Autoridad/Subversión, responde a la necesidad de mantener relaciones dentro de una comunidad jerárquica y nos hace sensibles a los  signos legítimos de jerarquía y a los signos de que alguien no se comporta de modo adecuado a su rango. Respeto y miedo predominan aquí.

El módulo, Santidad/Degradación, tuvo como función primera evitar la contaminación, los venenos y  el contagio de enfermedades. El asco es casi, la única emoción de este módulo.

Libertad/Opresión, propone Haidt, evolucionó en respuesta a los desafíos planteados por la vida en pequeños grupos donde algunos individuos podrían acosar y dominar a los demás. Los estímulos originales para activarlo serían los intentos de dominación mostrados, por ejemplo, por un macho alfa, lo que desencadenaría la unión como iguales de los demás miembros del grupo y el control del potencial dominador que podría ser eliminado físicamente. Es un módulo que opera en tensión con el de Autoridad/Subversión. Los estímulos actuales del módulo son todas las situaciones que son percibidas como restricciones ilegítimas de la libertad impuestas por una autoridad.

 Nuevos estímulos que activan los módulos pueden irse añadiendo a los primarios. Por ejemplo: la activación del módulo Daño/Cuidado, puede ser activado hoy por cosas como las matanzas de crías de focas o el maltrato animal; el de Reciprocidad/Engaño, por las  infidelidades en la pareja; el de Lealtad/Traición, puede extenderse a las naciones o a los equipos deportivos; el de Autoridad/Subversión, a los jefes en el trabajo y el de  Santidad/Degradación,  a ideas tabú (comunismo, racismo).

Si no se aceptan estas seis morales resulta complicado entender racionalmente ciertos sucesos. Por ejemplo: En el año  2001,un técnico informático, Awin Meiwes, puso un anuncio en Internet que decía: busco una persona de buena presencia, entre 21- 30 años para ser sacrificada y después comida.El anuncio tuvo cientos de respuestas pero solo uno delos que contestaron, el ingeniero informático, Brend Brandes, mantuvo su decisión después de darse cuenta de que la propuesta de Meiwes era seria. Después de filmar un vídeo en el  que Brandes mostraba  su acuerdo, Meiwes, cortó el pene de Brandes que,a pesar de haber tomado grandes cantidades de alcohol y somníferos aúnestaba consciente, lo frio en una sartén con vino y ajo y lo comió. Branders, probó también un trozo de su propio pene yse metió en una bañera para morir desangrado. Como seguía vivo después de algunas horas, Meiwes, le dio un beso y lo acuchilló. Después,colgó su cuerpo de un gancho de carnicero, lo evisceró y descuartizó, guardando en un frigorífico los trozos de carne que fue comiendo durante los diez  meses siguientes. Meiwes, fue  detenido y juzgado pero como la decisión de Branders, de ser sacrificado y comido fue voluntaria, fue condenado por homicidio involuntario y no por asesinato.

Todos los que se rigen por la ética de la autonomía tienen dificultades cuando intentan explicar las razones por las que sienten repugnancia ante este caso. No se cumplía la exigencia de Stuart Mill, pues no se había producido daño alguno en contra de la voluntad de Branders y desde el punto de vista de la ética de la autonomía, las personas tienen derecho a vivir  sus vidas como quieran (si no dañan a otros, lo que no era el caso), y a terminar sus  vidas como quieran (mientras no dejen familiares indefensos que no se valen por sí mismos) lo que tampoco era aquí el caso. A pesar de ello, todos los defensores de la ética de la autonomía, sentían que era un acto repugnante y que la ley no debería permitirlo (de hecho fue condenado por un subterfugio legal). Si el principio de Stuart Mill no permite que, de acuerdo con lo que afirma, poner fuera de la ley el comportamiento de Meiwess y Branders, es que ese principio noes el adecuado para ser el fundamento de la moral de la comunidad. Meiwes y Branders, trataron el cuerpo como si fuese un trozo de carne de vaca o cerdo y ademásañadieron un componente sexual. Sololos gusanos y los demonios comen carne humana (los caníbales también). No dañaron a nadie ni provocaron daños materiales pero profanaron varios principios de la sociedad occidental como el que afirma, implícitamente o explícitamente, que la vida es un valor supremo y que el cuerpo humano es algo más que una tajada de carne que camina, pero esos principios corresponden a una moral, la de la santidad, que no comparten (conscientemente) muchos ciudadanos.

La mayoría de los animales nacen sabiendo lo que tienen que comer. Los koalas, “saben”, desde que nacen que tienen que comer hojas de eucalipto y ninguna otra cosa. Los humanos tienen que aprender que cosas comer: es el dilema alimentario. Como las ratas y las cucarachas,los seres humanos son omnívoros lo que tiene sus ventajas. Pueden caminar por una tierra desconocida y confiar en que encontrarán algo de comer pero eso tiene también sus desventajas puesla nueva comida puede tener parásitos, ser tóxica o tener microbios así que los humanos omnívoros van por la vida atrapados entre dos motivos antagónicos: la neofilia, (una atracción por cosas nuevas) y la neofobia (miedo de las cosas nuevas) que podrán estar más o menos equilibradas o desequilibradas. A esos motivos básicos se le van añadiendo nuevos componentes.  Los liberales, tienen tendencia a la neofilia y no solo  con las cosas de comer sino con las nuevas ideas, con la nueva música o con la gente desconocida. Los conservadores son más neofóbicos, y serán más allegados a las cosas probadas, a las  tradiciones, y a las  fronteras.

La emoción del asco fue la respuesta evolutiva al dilema omnívoro[2]. Aquellos que tenían un sentido equilibrado del asco evitaban losalimentos peligrosos y sobrevivían pero el asco cumplía también otra función más relevante pues cuando se formaron grupos grandes,el riesgo de infección hizo que lo que llama Mark Shaller, sistema inmune conductual, procurara alejar del grupo a cualquier persona que mostrara señales de enfermedades o presencia de patógenos. Xenofobia y xenofilia fueron las dos nuevas caras de ese sistema y de hecho, como sucedió no hace mucho con el Ébola, la xenofobia crece cuando hayepidemias yla xenofilia cuando no existe ese riesgo. 

Cada individuo, (como cada civilización), tiene un perfil particular en el que los seis fundamentos morales tendrán una relevancia mayor o menor. En Estados Unidos, dice Haidt, los republicanos tienen presentes todos los pilares de la moralidad y tienen casi la exclusividad para estimular y evocar los pilares de Santidad, Lealtad y Autoridad mientras que los demócratas, recurren de manera principal a los de  Daño/Cuidado y Reciprocidad.

Con sus colegas, Haidt, desarrolló una escala para medir el grado de adhesión a uno u otro de los módulos morales según la posición que escogieran los entrevistados a lo largo de un continuum que va de muy liberal a muy conservador, términos que aunque no se ajustan perfectamente a los europeos, podemos considerarlos como de izquierdas (liberales) y de derechas (conservadores).

 Las preguntas que debían contestar los entrevistados (con puntuación) iban dirigidas a los seis fundamentos y tenían dos posibilidades. Por ejemplo: ¿Se pincharía una aguja esterilizada en su brazo?; ¿Y en el brazo de un niño desconocido? (Daño-Cuidado). ¿Daría usted una bofetada a un amigo en la cara - aunque sea en una obra teatral?; ¿Y a su padre? (Autoridad-Subversión); ¿Criticaría anónimamente en una emisora de radio nacional a su país por algo que usted considera justo?;  ¿Y en una emisora extranjera?.(Lealtad-Traición); ¿Actuaría en una obra de teatro en la que tendría que comportarse como un tonto que no sabe responder a preguntas simples?  ¿Y en una en la que tendría que arrastrarse por el suelo, gruñir como un cerdo y orinar en escena? (Santidad-Degradación)…

En 2012 habían contestado la encuesta 135.000 personas. Como se ve en el gráfico, los muy liberales puntúan alto en Cuidado e Igualdad  pero bajo en las otros tres. Los conservadores puntúan también alto, pero menos que los liberales, en Cuidado e Igualdad, aunque en este último caso entienden la libertad, como no intromisión del estado en sus asuntos y los liberales como, vivir como uno quiera pero, a diferencia de los liberales, los conservadores puntúan alto en Santidad, Lealtad y Autoridad que son poco relevantes para los liberales. Los liberales, resume Haidt, valoran el Cuidado y la Igualdad mucho más que las otros tres morales; los conservadores avalan las cinco morales más o menos en la misma medida.

La “guerra cultural” y política  en los Estados Unidos es una batalla entre una moralidad de tres pilares y una moralidad de seis. Una moral, no importa cual, une y ciega, pero, se pregunta Haidt: ¿ que lleva a unas personas a simpatizar con los progresistas, los conservadores o a no hacerlo con ninguno de los dos?. Al menos, desde Marx, la teoría dice que la adopción de una ideología se hace en defensa de los intereses de la clase a la que uno pertenezca. En términos marxistas, que Haidt no emplea: la situación de clase determinaría la conciencia de clase. Los psicólogos que se ocupan de estas afiliaciones han descubierto sin embargo, que los intereses de clase o los económicos son un pobre predictor de las actitudes políticas. Los ricos de la industria son generalmente de derechas pero los ricos del mundo tecnológico informático, son de izquierdas. Los pobres urbanos suelen ser de izquierdas pero los pobres rurales son de derechas. La teoría psicológica más común hasta hace unos años, suponía que la mente es una pizarra en blanco sobre la que la familia, la escuela o los programas de televisión “escribirían” una ideología. Los estudios sobre gemelos uni y bi-vitelinos cambiaron esa teoría. Los gemelos univitelinos separados y dados en adopción en hogares diferentes se parecían más a sus padres biológicos que a los adoptivos y lo mismo ocurría con los adoptados no emparentados criados en un mismo hogar. Los genes determinan entre un tercio y la mitad de las futuras ideologías políticas pero hay que recordar de nuevo, que para Haidt, innato no significa “no modificable” sino “organizado previamente a la experiencia”. Es un borrador que será modificado, por la experiencia en la que viva el sujeto. Rasgos de personalidad como la hipersensibilidad a las amenazas, búsqueda de novedades o extraversión, son ajustes entre lo innato, (unos receptores más o menos sensibles a la serotonina o glutamato, por ejemplo) y la experiencia. La mente humana, no es un procesador lógico sino un procesador de historias. Las narrativas de vida son un nivel elevado de la personalidad y con ellas los humanos buscan darle un sentido a sus vidas. Son el puente entre la adolescencia y la identidad política de la vida adulta que se construyen sobre lo innato, las adaptaciones y los sucesos vitales y son, dice Haidt,  narrativas saturadas de moralidad.

Hay, según Haidt, dos grandes narrativas generales, una liberal, progresista, deudora de Stuart MIll y de Bentham, otra conservadora deudora de Durkheim. La liberal, en versión USA, que exige su adaptación  a Europa dice:

                                                                                                             LA MORALIDAD UNE Y CIEGA

La metáfora central que Haidt propone para esta tercera  parte del libro es: somos un 90% chimpancés y un 10% abejas. Darwin pensaba que la moralidad era una adaptación que evolucionó por selección natural tanto a nivel individual como grupal. La evolución individual fue siempre aceptada pero no la grupal rechazada por los especialistas en evolución como Richard Dawkins y no hace mucho rehabilitada, al menos entre varios de estos especialistas. Para Darwin las tribus que contaban con más miembros altruistas dispuestos a sacrificarse por el grupo sobrevivían más que las tribus con miembros egoístas. El problema era el free rider, el oportunista, el parásito egoísta dentro del grupo que podría aprovecharse del sacrificio de los altruistas para sobrevivir y  beneficiarse sin haber arriesgado nada y difundir así sus genes. Haidt reconoce que la naturaleza humana fue formada primordialmente por la selección a nivel individual pero en determinadas circunstancias se produce un cambio “grupalista” y nos volvemos “abejas”. Tenemos una naturaleza dual de primates egoístas dotados con una especia de interruptor cerebral que se activa en ciertas ocasiones y nos lleva  a comportamientos de colmena en los que en circunstancias especiales, trascendemos el interés propio para fundirnos temporalmente en algo más grande que nosotros mismos. Es lo que Haidt llama, la hive hypothesis(la hipótesis de la colmena) y a la habilidad para pasar de un estado a otro, el hive switch. La “reverencia”, el asombro o el sobrecogimiento sentidos hacia paisajes de naturaleza virgen, ciertas drogas, los conciertos de rock, los entrenamientos militares en orden cerrado, producen ese sentimiento de ser uno con el grupo o “el mundo” que tiene en las neuronas espejo y en la oxitocina su probable fuente neurológica.

Las religiones son hechos sociales que no pueden ser estudiados en individuos aislados como no se puede estudiar una colmena en una sola abeja. Para Durkheim, una religión es un sistema unificado de creencias y  prácticas  relativas a cosas sagradas, es decir, a cosas puestas aparte y prohibidas, que unen en una simple comunidad moral llamada iglesia a todos los que se unen a ellas.

Muchos científicos no entienden las religiones porque examinan solo lo más visible: sus creencias en seres sobrenaturales más que sus vínculos y prácticas grupales por lo que piensan que la religión es una institución extravagante y costosa que dificulta la capacidad de las personas para pensar racionalmente mientras deja una larga serie de  víctimas. Para Haidt, a veces las religiones son así pero para tener una visión adecuada de ellas es preciso acercarse más.

Después de los atentados de las Torres Gemelas los comentaristas de derechas enseguida relacionaron Islam y terrorismo; los de izquierda,  culparon a los islamistas radicales y siguieron afirmando que el Islam es una religión de paz, pero no todos, pues algunos  de ellos,hasta entonces liberales en todo lo que atañía a las religiones, cambiaron  de opinión y comenzaron a atacar, no sólo al Islam sino a todas las religiones (excepto al budismo)  que consideraban delirios que no dejaban que la gente se guiase por la ciencia, el secularismo y la modernidad. Los que así pensaban fueron conocidos desde entonces como los nuevos ateosy cuatro de ellos, Ronald Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett y Chistopher Hitchens publicaron en los años que siguieron libros muy leídos y discutidos. Hitchens, ya fallecido, era periodista pero los otros tres eran filósofos o científicos que ponían la evolución, la biología y la neurociencia en el centro de sus análisis. Estos tres proponen una definición de religión muy parecida en la que los seres sobrenaturales tienen el papel principal pero, según Haidt, olvidan  que una religión tiene tres componentes, creer, hacer y pertenecer, que cuando se toman en cuenta proporcionan una visión de la religión muy diferente de la de los tres neoateos. En los nuevos ateos, el primer paso de su teoría, algo que Haidt también comparte, es la existencia de un módulo hipersensitivo de detección de agentes. Un homínido caminando por la sabana que escuche un ruido en la hierba alta debe decidir si se trata de un depredador o del viento Si piensa que es un depredador, huye y se salva aunque sea el viento el responsable. Es un error de tipo I, un falso positivo. Si cree que es el viento y es un depredador, muere. Ha cometido un error de tipo II, un falso positivo. Un módulo hipersensitivo hará muchos falsos positivos pero esos errores permitirán su supervivencia. Este módulo diseñado por la evolución es el responsable según los neoateos de ver agentes intencionales donde no los hay y entre esos agentes intencionales invisibles estarán los seres sobrenaturales religiosos. Las religiones serían un subproducto de este módulo que no habrá surgido con esa finalidad sino para sobrevivir y esas ideas serían memes transmitidos culturalmente y sometidos a competencia darwiniana. Unos sobrevivirán parasitando la mente de las sucesivas generaciones y las religiones así formadas tomarán la forma de las religiones establecidas según el lugar de nacimiento y la educación recibida. Haidt, acepta el módulo hipersensitivo como fuente de la religión pero defiende  como mejor alternativa la hipótesis de Scott Atran y Henrich que aceptan también el módulo hiperactivo pero creen que las religiones son innovaciones culturales que hacen a los grupos más cohesivos y cooperativos creando una comunidad moral. No necesitamos una investigación científica para saber que las personas se comportan menos éticamente cuando nadie las ve y tener un ser sobrenatural que todo lo ve y castiga todo aquello que fomenta los conflictos dentro de una comunidad como los asesinatos, el adulterio, los falsos testimonios o el no cumplimiento de los juramentos ayudará a mantener la cooperación intragrupal. De hecho, de las 200 comunas creadas en el siglo XIX en los Estados Unidos, solo el 6% de las seculares se mantenían 20 años después de ser fundadas frente al casi 40 % de las religiosas

Las religiones, dice Haidt, son exoesqueletos. Vivir en una comunidad religiosa es vivir enredado en un grupo de normas, relaciones e instituciones que influyen en su comportamiento. Si vivimos como ateos en una comunidad más relajada dependeremos de nuestro compás interno lo que puede resultar atractivo para los racionalistas, dice Haidt, pero es también una receta para la anomia, la ausencia de normas de Durkheim, pues la comunidad ya no dispone de un grupo compartido de normas. Haidt advierte, que las sociedades que olvidan el exoesqueleto de la religión deben reflexionar cuidadosamente sobre lo que les ocurrirá en las próximas generaciones. Todavía no lo sabemos ya que las primeras sociedades no religiosas han apenas emergido en Europa en las últimas décadas y son las sociedades menos eficientes en convertir sus recursos (de los que tienen muchos) en descendencia (de lo que tienen poco).

El libro es más complejo de lo que aquí se ha resumido quizás con no demasiado acierto pero por lo reseñado conviene, pienso yo, que vale la pena el esfuerzo de su lectura.

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Haidt piensa que el “sesgo de confirmación” es el más maligno de los sesgos cognitivos y es además casi imposible de erradicar: ¿ Por qué la gente busca automáticamente pruebas  que apoyen sus creencias iniciales y por qué es prácticamente imposible enseñarla a no hacerlo?. La respuesta de Mercier y Sperber que estudiaron el problema, es que el razonamiento no ha surgido evolutivamente de la necesidad de conocer la verdad sino para ayudarnos a ganar debates. El daño provocado por este sesgo en la investigación y antes incluso, en lo que conviene investigar, ( o lo que es lícito o políticamente correcto investigar) es relevante sobre todo si se tiene en cuenta que en campos como la psicología social en Estados Unidos no hay psicólogos “conservadores” que confronte su sesgo de confirmación con el de los colegas liberales. Casi todos son progresistas. Haidt da una cifra: 266 progresistas o de centro por 1 conservador. Haidt, en las reuniones con colegas pide, irónica pero seriamente a alguno de los presentes como Roy Baumeister, que defienda las ideas conservadoras ausentes en esas reuniones. Un sistema ecológico de ideas en las que uno de sus necesarios componentes non esté presente es un nicho ecológico muerto. Uno de los deberes éticos de cualquier periodista, psicólogo, científico o político debería ser mantener controlado el sesgo de confirmación, pero la tendencia es otra. Se lee lo que confirma nuestras ideas, nos reunimos según nuestras creencias sin que se permita nada que pueda refutarlas. Las sociedades se escinden según su sesgo y el debate se empobrece y eso es algo que no nos podemos permitir. 

En 2003, John Jost[3], psicólogo social de Stanford publicó Political conservatism as motivaded social cognition[4], una muy amplia revisión de artículos que concluía afirmando que los conservadores sufrían de “evitación de la certeza”, necesidad de orden y estructura, dogmatismo, intolerancia a la ambigüedad, resistencia al cambio y apoyo a la desigualdad. En el paso del artículo a los periódicos perdió buena parte de su enunciado “científico”: ¿Es el conservadurismo una forma leve de locura? … (el conservadurismo) es un grupo de neurosis enraizadas en el miedo y la agresión, el dogmatismo y la intolerancia a la ambigüedad”. Los conservadores podrían, y lo han hecho, replicar los “descubrimientos” de Jost y definir a los liberales, como ironiza Michael Sermer[5],  como carentes de compás moral lo que los lleva a ser incapaces de hacer elecciones éticas claras, una desmesurada carencia de certezas sobre cuestiones sociales, un miedo patológico a ser claros que los hace indecisos, unas creencias ingenuas que consideran que todas las personas tienen los mismos talentos y que solo el entorno y la cultura determinan la posición social por lo que el gobierno debe remediar esas injusticias.

Esa omnipresencia del sesgo de confirmación  entre psicólogos y no psicólogos es grave desde el punto de vista de la ciencia. Lee Jussin, de la universidad de Rutgers,  acaba de publicar un  borrador de trabajo (2015), ¿Pueden los altos ideales morales minar a la ciencia, donde estudia las consecuencias del sesgo de confirmación, que hace que en muchos trabajos se descarten evidencias que contradicen los puntos de vista iniciales, se prefieran evidencias que no contradicen estos puntos de vista o  incluso se recurra a hechos  fantasma, (declarar que algo es cierto sin proporcionar ninguna evidencia empírica)[6]. Una posible consecuencia es que, solo el 38 % de los trabajos en psicología publicados en las mejores revistas pueden ser replicados.

Como en los nichos ecológicos, la desaparición de una especie antes presente, (los psicólogos o psiquiatras conservadores) convierte ese nicho en algo ecológicamente muerto que se desarrollará de manera imprevisible y muchas veces, catastrófica. La desaparición puede ser por escisión, fundan una nueva sociedad, por ostracismo, son ninguneados o ridiculizados, o por exilio. En todos los casos, la discusión de los temas relevantes se resiente

 

 

 

 

 

 



[1] No es fácil traducir algunos de los  términos de Haidt por su polisemia. Aquí van en inglés en espera de propuestas más afortunadas: care/harm, fairness(en el sentido de justa igualdad)/cheating,loyalty/betrayal,autorithy/subversión,sanctity/degradation

[2] Colin McGinn, un filósofo británico, acaba de publicar en español un interesante libro sobre el asco muy relevante para lo aquí tratado por Haidt: El significado del asco. Cátedra. 2016.

[3] Pablo Malo, con su habitual maestría y capacidad de síntesis es uno de los escasos colegas que se ha ocupado de este libro de Haidt. Debido a un borrado accidental en el ordenador ya no sé si lo que sigue pertenece al menos en parte a uno de sus artículos, es de mi responsabilidad o es una mezcla. Sea como sea mantiene su interés.

 

[4] http://www.sulloway.org/PoliticalConservatism(2003).pdf

[5] SERMER.M. The believing brain. Robinson. 2011.

[6] Puede consultarse la reseña de E.Zugasti de este trabajo o leerse en su integridad en http://www.terceracultura.net/tc/?p=7960

 

DRINKING IN AMERICA: our secret history. Susan Cheever. Twelve.2015.

 


El prólogo adelanta las intenciones del libro ya anticipadas en el “our secret history” del título:  

Desde el comienzo (la llegada de los peregrinos del Mayflower en 1620) el beber y las tabernas han formado parte de la vida americana tanto como las iglesias, los predicadores, las elecciones o los políticos. La interesante verdad, nunca enseñada en la mayoría de las escuelas y desconocida en la mayoría de las historias escritas, es que un vaso de cerveza, una botella de ron, un barrilete de sidra un frasco de whiskey o incluso un Dry Martini fueron a menudo el silencioso tercer partido en tantas decisiones que formaron la historia americana desde el siglo XVII hasta el presente…Como el clima de Massachusetts con sus veranos húmedos y sus inviernos helados, el carácter americano oscila entre extremos… a veces parecemos capaces de moderar nuestro modo de beber. Otras veces, nos culpamos por todo… en algunas décadas prohibimos el alcohol y en otras bebemos tanto que sorprende a quienes nos visitan…

 

Lo que Cheever analiza en este libro es el papel del alcohol en los grandes acontecimientos de la historia americana y ese papel, no fue despreciable a pesar de que muchos, por no decir la mayoría de los historiadores americanos, o no lo tienen en cuenta o lo minimizan. El libro de Cheever, no es un elogio del beber. Reconoce su papel como elevador del ánimo, como lubricante social, como medicación, pero conoce bien, muy bien, el lado obscuro del alcohol pues ella misma fue alcohólica (“es”, aunque se mantiene sobria desde hace muchos años) y su padre, John Cheever,  un conocido escritor, autor del relato que pasó al cine como “El nadador”,(1968), lo fue también, así que no le faltaron razones personales para escribir este libro ni para  dedicar otros a la biografía de Bill Wilson, el fundador de Alcohólicos Anónimos y  a otras adicciones con el mismo perfil[1].

La historia del alcohol en los Estados Unidos empieza con lo que se convertirá en su mito fundacional: el Mayflower. El desembarco de los peregrinos del Mayflower en Cape Cod, en Massachussets[2], en noviembre de 1620, se debió a un error de navegación provocado por el excesivo y masivo consumo de cerveza  y el agotamiento de las reservas de esa única bebida que se consumía a bordo[3]. El rumbo original y la autorización real para establecer una colonia, era Virginia, pero tripulación y pasajeros no bebían agua, que en los viajes largos se pudría en los toneles y no era potable, sino cerveza, como era costumbre en la Inglaterra de entonces por las mismas razones (las aguas urbanas estaban generalmente contaminadas por falta de saneamiento). Cada tripulante y cada pasajero tenían asignada una ración de cerveza de un galón al día (3,7 litros con una graduación de entre 5-6 grados) que utilizaban no solo como substituto del agua y complemento alimenticio sino como alivio de las inmensas penalidades que tuvieron que afrontar en un viaje de nueve espantosas semanas en que las tormentas, el mareo y las dolencias fueron habituales[4]. Cheever, escribe púdicamente, que todos los pasajeros y tripulantes estaban constantemente “impaired” y calcula que sus niveles de alcohol en sangre serían al menos de 0,8 durante todos los días de la travesía pero Cheever reconoce también, que, sin cerveza no hubieran resistido el viaje y sin ella,  la historia de los Estados Unidos que hoy conocemos hubiese sido muy diferente.

A pesar de sus errores y penalidades, que desembarcaran en Cape Cod a unos cientos de millas de Virginia, sino afortunada, fue lo menos malo que les pudo suceder. La tierra a la que llegaron, unas dunas de arena que se extendían quilómetros con masas boscosas más allá de las arenas, no era muy acogedora. Había comida y agua fresca en abundancia pero los peregrinos desconfiaban del agua, no sabían pescar, marisquear, cazar ballenas, ciervos o conejos, ni apreciaban los productos agrícolas para ellos desconocidos que los indios wampanoag locales les podían suministrar. Las discusiones con el capitán del buque eran constantes por las escasas reservas de cerveza que había a bordo que el capitán negaba a los peregrinos  pues las necesitaba para el viaje de vuelta que no pudo realizar hasta cuatro meses después. La mitad de los 102 desembarcados, con escasas provisiones, soportando un frío inclemente, falleció en ese invierno de hambre y escorbuto. En la primavera, los supervivientes que vivían en las rudimentarias casas que habían conseguido levantar en su precario asentamiento bautizado como Plymouth Harbor, (entre ellas la cervecería y una taberna) recogieron su primera cosecha de cebada que transformaron en cerveza. Por entonces ya habían aprendido a romper las conchas de los abundantes mejillones, ostras y langostas lo que les permitió sobrevivir, solo sobrevivir. En los años siguientes, llegaron nuevos barcos con nuevos peregrinos pero muchos de ellos o llegaban tan hambrientos como los colonos o  decidían volver a Inglaterra al ver las duras condiciones de vida en la colonia que podría haber desaparecido si los acontecimientos político-religiosos en Inglaterra y la represión alentada por el rey Charles I no hubiesen provocado lo que después se conoció como la Great Migration o la Gran Migración Puritana. 

Aunque ser un “descendiente de los peregrinos del Mayflower” es una señal de distinción en los Estados Unidos, no es a ellos a los que se debe ese punto aristocrático del que presumen algunas familias bostonianas. Los peregrinos eran evangélicos que habían abandonado Inglaterra para instalarse en Holanda porque no aceptaban ser miembros de la iglesia anglicana. Eran gente humilde, “parias” y formaban un grupo no demasiado numeroso entre los otros pasajeros del Mayflower que se habían sumado al viaje por motivos no religiosos. Diez años después de su llegada, una nueva expedición de 700 hombres,  mujeres y niños  embarcados en una flota de más de 10 buques con el Arbella como nave capitana trajo a los puritanos que también venían a América huyendo de la dura represión religiosa provocada por  su negativa a formar parte de la iglesia anglicana. Detrás de ellos, llegaron 20.000 exiliados más que se establecieron un poco más al norte de la Plymouth Harbor de los peregrinos del Mayflower, en lo que  hoy es Boston.  Los puritanos eran calvinistas y entre ellos si venían nobles y gentes educadas que trajeron entre otras mercancías, 10.000 galones de cerveza, 120 toneles de malta para fabricar de modo inmediato cerveza, 12 galones de ginebra y ganado.

Los colonos que llegaban de Inglaterra  tenían dos modos diferentes de beber y Norteamérica oscilaría cíclicamente desde entonces entre estos dos modos fundacionales.  Uno, consideraba la libertad de beber y comer como una libertad esencial; el otro, quería limitar mediante leyes la bebida estableciendo restricciones según la edad o las horas para hacerlo. El primero, llevó a la alcoholización masiva de 1830 en adelante; el segundo, a la prohibición de 1930.

En las dos colonias, la taberna era el centro de todas las actividades locales, una isla de libertad, un confortable lugar para la conversación donde tomar uno, dos o varios tragos. Comida, compañía, calor, abrigo, noticias, juicios, toda la actividad social tenía en ellas su espacio siempre acompañada por la bebida.  Las tabernas, escribe Cheever, fueron la cuna de la revolución.  En 1708 el capitán británico Thomas Walduck escribía:

En  todos sus nuevos asentamientos la primera cosa que hacen los españoles, es construir una iglesia; la primera cosa que un holandés hace en una nueva colonia, es construir un fuerte pero la primera cosa que hace un inglés en el lugar más remoto del mundo o entre los indios más bárbaros, es, levantar una taberna… 

Los peregrinos y puritanos no eran abstemios. Desaprobaban la embriaguez pero pensaban, como escribió el puritano de extravagante nombre Increase Mather, juez en los juicios de las brujas de Salem (1692-93), que el beber y las tabernas eran regalos de Dios y la borrachera una criatura del demonio y ese conflicto entre el modo libre de beber de muchos colonos y el modo de los peregrinos y puritanos que despreciaban la embriaguez fue expresado en leyes que todavía hoy son parte de las diferentes actitudes hacia el beber que forman el carácter americano. En 1635, la embriaguez, no el beber, era castigada en las dos colonias con el cepo o el látigo, pero el beber moderado o normal, era para las normas de hoy, excesivo y siguió siéndolo en los años siguientes aunque la dificultad para trazar la línea que separa el buen beber del mal beber no era fácil de precisar ni en tiempos de la colonia ni ahora.

           En los primeros años del siglo XVIII las colonias eran famosas por su consumo exagerado de alcohol. Se estaban convirtiendo en “una nación de borrachos”. La cuarta parte de las casas de New Amsterdam (la Nueva York de hoy) se dedicaban a la venta de brandy, tabaco y cerveza. Beber era la norma entre todas las capas de población hasta el punto de que los jueces estaban frecuentemente borrachos. Se bebía en las bodas, y en los funerales, bebían los niños, los escolares, los campesinos y los universitarios. Se bebía al levantarse, en la comida, en la tarde, en la cena… Cuando Harvard se fundó en 1636 fue equipada con su propia cervecería.      

      El consumo medio de un americano en los años previos a la Guerra de la Independencia (1775-1783)  era entre dos y tres veces el de hoy y ya no era solo cerveza o ginebra lo que se bebía. El ron, destilado a partir de las melazas de la caña de azúcar que llegaban de las colonias caribeñas, con la cerveza, ayudó durante la guerra de la Independencia al favorecer la confianza y el coraje de los soldados, disminuyendo su miedo y el dolor de los heridos. La famosa cabalgada de Paul Revere para advertir del avance de las tropas inglesas, empezó en una taberna y tuvo sus pausas en varias más.  Los que tiraron por la borda el té cargado en los barcos ingleses en la bahía de Boston, (que inició la guerra de independencia) lo hicieron después de haber estado bebiendo durante horas. Quizás, escribe Cheever, las cosas hubiesen sido diferentes si estuviesen sobrios pero no lo estaban y esa embriaguez cambió la historia.


 

Los primeros presidentes de los Estados Unidos tuvieron que convivir con el alcohol con suerte diversa. Después de sus años como primer presidente de los Estados Unidos, Washington se retiró a su hacienda de Mount Vernon y se convirtió en uno de los principales productores de whiskey, vino y cerveza que elaboraba a partir de sus cultivos de centeno, maíz y viñas. En sus tiempos de general, durante la guerra de la Independencia, fue generoso con las raciones de ron que diariamente repartía entre las milicias pues conocía su valor como estimulante del coraje y como analgésico. Tampoco desconocía el valor del alcohol como “soborno” para ganar el favor de los votantes pues había perdido sus primeras elecciones por no haber donado ron y cerveza a sus posibles electores, error que no repitió en las siguientes elecciones que ganó con una generosa oferta gratuita de alcohol a los votantes “indecisos”. Washington, disfrutaba bebiendo. En un cuadro famoso pintado en  1848,  aparece con un vaso en la mano y una  botella de Madeira en la mesa, brindando con sus oficiales. Treinta años después, cuando el país entró de nuevo en una época de templanza, el cuadro fue re-pintado. Desapareció el vaso de su mano y la botella de Madeira se transformó en su famoso tricornio. Muchos de sus compatriotas habían tenido al terminar la guerra la misma idea que su heroico general. Las melazas que llegaban del Caribe para producir ron dejaron de hacerlo durante la guerra y tenían ahora que pagar impuestos elevados. Hasta entonces, esas melazas llegaban a través del infamante comercio triangular que traía esclavos africanos a las Antillas donde se vendían o cambiaban por melazas que se llevaban a las colonias americanas para ser destiladas y convertidas en ron para consumo local o para enviar a Inglaterra y de nuevo a la costa africana. Los campesinos que tenían abundantes excedentes de centeno y maíz, comenzaron a destilarlos  para transformarlos en whiskey. El país se llenó de alambiques y los hábitos de beber cambiaron una vez más: de la cerveza de los peregrinos y puritanos, al ron de la guerra de la independencia y ahora, al whiskey, barato y fácil de producir. Lo que no cambió fue el consumo que seguía siendo muy elevado y se inclinaba ahora hacia bebidas destiladas de alta graduación. Hamilton, el secretario del Tesoro con Georges Washington, un abstemio militante, hijo bastardo de un noble británico alcohólico, impuso una tasa  a estos destiladores que no estaban dispuestos a pagar después de haber combatido en la guerra de la Independencia, entre otras cosas, para no tener que pagar a los británicos ese tipo de tributos[5]. La consecuencia fue la “Revolución del whiskey” que dejó algunos muertos antes de que los rebeldes accedieran a pagar las tasas. Si Georges Washington bebía sin problemas, su sucesor John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, no fue tan afortunado[6]. Él no era alcohólico aunque tomaba un tazón de sidra al levantarse pero dos de sus hijos lo fueron. Uno probablemente se suicidó y otro falleció de cirrosis hepática. Otro hijo, John Quincy Adams, no bebedor, fue el sexto presidente de los Estados Unidos pero el alcoholismo siguió corriendo en su familia en sobrinos y nietos. A lo largo de cuatro generaciones más de doce Adams estudiaron en Harvard que como la mayoría de los colleges, antes y ahora, escribe Cheever, era una incubadora de alcohólicos. Incluso hoy en día, cuatro de cada cinco estudiantes de los colleges beben en exceso y 2.000 mueren cada año por causas relacionadas con el alcohol. John Adams, fue consciente por vivirlo personalmente, del daño que el alcohol estaba provocando en su nuevo país y recomendó imponer tasas elevadas a los licores (no al vino y la cerveza) como único remedio para paliar el desastroso efecto del alcohol en la sociedad. Fue el destino de sus hijos el que llevó a Adams  a odiar la bebida y a rechazar la idea popular y masiva que veía el beber como una manera necesaria y benevolente de hacer la vida más placentera. Thomas Jefferson, el tercer presidente, que comenzó a escribir la Declaración de Independencia en la Indian Queen Tavern, acompañada por una botella de Madeira, poseía una cervecería propia y estaba obsesionado con el buen vino. Los congresistas de esos primeros tiempos de la independencia bebían excesivamente pero no se consideraban a sí mismos alcohólicos, palabra y concepto que no existían por entonces hasta que Benjamin Rush, un amigo de John Adams, afirmó que existía el alcoholismo y que era una enfermedad.

En 1830 Estados Unidos era el pueblo más alcoholizado del mundo lo que asombraba a los visitantes extranjeros. Frederick Marryat marino y novelista británico (1792-1848) lo contaba así:

 Estoy seguro de que los americanos no pueden hacer nada sin beber. Si se reúnen con alguien, beben; si se despiden, beben; si conocen a alguien, beben; si cierran un negocio, beben; si discuten beben; si hacen las paces, beben…

En ese tiempo había una razón ambiental y económica que estimulaba el consumo de alcohol. Eran años en los que los agricultores americanos que pocos años antes habían empezado a producir wiskey, estaban produciendo una enorme cantidad de maíz que era difícil de exportar por su volumen y su costo. Los granjeros convirtieron todos esos excedentes en whiskey de maíz que se vendía a un precio muy reducido lo que permitió un consumo masivo. Curiosamente, esos excedentes de maíz que el suelo fértil del Medio Oeste siguió produciendo, son también los responsables de la epidemia de obesidad que los Estados Unidos padecen desde hace décadas. Esta vez, el excedente fue transformado en jarabe de maíz con un muy elevado contenido en fructosa que se añadió a “todo”: yogures, galletas, corn flakes, pan, hamburguesas, Coca y Pepsi Cola… [7].

          John Chapman, nacido en 1794, que más tarde sería conocido como Johny Appleseed o Juanito Manzanas entre latinos, es un caso relevante en la ocultación del papel del alcohol en la historia americana. Libros para niños, cientos de dibujos, películas de Disney, más de medio millón de entradas en Google, presentan a este hombre como una especie de san Francisco que deambulaba por el Oeste plantando manzanos antes de que llegaran los colonos a asentarse en esas tierras. Su aspecto y sus maneras eran las de un excéntrico: barba y pelo negros muy largos, caminante de pies desnudos, pantalones de harapos y a veces un cazo por sombrero, se le consideraba una especie de ecologista primitivo que regalaba a los colonos, aún por llegar, el fruto dulce de esos árboles. La verdad era muy diferente. Chapman no plantaba manzanos comestibles que precisan ser injertados para obtener frutos aprovechables sino la variedad amarga solo útil  para producir sidra que al congelarla permitía obtener un licor de manzana que podía alcanzar los 60º. Chapman llevó al Oeste remoto el alcohol y por ello fue  apreciado por los colonos, muy alejados por entonces de cualquier otra fuente de suministro.  

Durante el siglo XIX a medida que el consumo de alcohol  se incrementaba lo hacían también las asociaciones por la templanza (temperance) que pretendían prohibir el consumo, o al menos restringirlo al vino y la cerveza. Que los campesinos bebiesen en exceso era un problema de salud sin consecuencias inmediatas demasiado graves. Que bebieran los trabajadores de la incipiente revolución industrial que trabajaban con máquinas era otro asunto que podía terminar en muertes propias o de los otros trabajadores. Era costumbre en los primeros tiempos industriales que se hicieran varias pausas en la jornada para beber pero esa costumbre fue suprimida poco a poco debido a los accidentes,  bajas y bajo rendimiento de los trabajadores que además gastaban gran parte de su paga semanal en las tabernas al salir del trabajo y llegaban a sus hogares ebrios golpeando a sus niños y mujeres y privando a su familia de la parte salarial necesaria para vivir. Fue creciendo la opinión de que el alcohol estaba destruyendo el país y la democracia y comenzaron a surgir asociaciones que defendían la sobriedad o al menos el control de los licores fuertes En 1829 había 1000 sociedades por la templanza; en 1834, 5.000 con 11 millones de miembros. El consumo había llegado a su punto máximo desde los peregrinos y la aparición de las sociedades por la templanza anunciaba un cambio de actitud en la sociedad americana. En ese momento nacieron los washingtonianos, grupo de ex bebedores que sabían que nadie abandonaba el hábito por la razón o por la riña que se reunían entre ellos y prometían mantenerse sobrios ayudándose entre sí. Fueron los antecesores de los Alcohólicos Anónimos que los sucedieron cuando los washingtonianos se disolvieron por motivos políticos. El movimiento por la templanza quedo desde sus comienzos unido a la lucha por el voto femenino pues eran las mujeres, que no bebían, las que sufrían las consecuencias de la bebida de sus maridos sin que tuviesen la posibilidad de votar leyes que dificultaran ese consumo.

La guerra civil, (1861- 1865) volvió a elevar el consumo. El alcohol era muchas veces  el ´único analgésico disponible en las curas y amputaciones que servía también como quitamiedos, euforizante y estimulador del coraje. Bebían los soldados, bebían los médicos que casi siempre ebrios, eran rechazados por los soldados. Se decía que en la Guerra Civil se había luchado en los últimos años de la edad media médica. Las armas eran modernas; la práctica médica, antigua. El resultado fueron 700.000 muertos entre tres millones de combatientes, muchos de ellos por las negligencias de médicos borrachos. Había generales abstemios (muy pocos) pero el estratega al que al parecer se debe la victoria de la Unión, Ulises S. Grant, bebía y mucho. Lincoln, que era abstemio, no hizo caso de los que pretendían cesarlo por los elevados costes en vidas humanas que su estrategia ofensiva estimulada por el alcohol, provocaba. Decía, que necesitaba a ese hombre si quería ganar la guerra aunque conocía la idea de Grant, que para ganarla, sería necesario sacrificar una generación entera.

Cheever, no le dedica mucho espacio al Oeste en su libro. Hay pocos héroes abstemios en la historia americana pero dos de ellos estuvieron vinculados al Oeste: el general Custer y Wyatt Earp. El canal del Erie, inaugurado en 1825 entre Albany y Buffalo acortó el camino hacia el Oeste. Eran 400 millas construidas en su mayoría “a mano” por trabajadores irlandeses que recibían una abundante ración de whiskey diaria como parte de su salario. En las condiciones climáticas en las que se construyó, sin whiskey, es Cheever quien lo afirma, es muy dudoso que se hubiera terminado. El ferrocarril de costa a costa terminado después de la guerra civil permitía ir de Nueva York a California en cuatro días en lugar del año que duraba el viaje unas décadas antes. Antes del ferrocarril, al Oeste del Missisipi había indios y tramperos que vivían solos y se reunían unos días al año en un “rendez-vous” en las Montañas Rocosas para vender sus pieles, beber, bailar, tratar con mujeres y comprar lo que necesitaran. La Luisiana que había comprado Jeffersson a Francia había sido explorada y cartografiada por Lewis y Clark años antes en lo que se convertiría en una mítica exploración que terminó pocos años más tarde con la muerte por disparos, no se sabe si propios o ajenos, de un Lewis completamente alcoholizado. El ferrocarril trajo multitudes al Oeste: cada pequeño pueblo comenzaba con un salón y finalizaba con una escuela. El viejo modelo peregrino de, primero la cervecería, después lo demás, se repetía en el Oeste doscientos años después. El relato de Cheever es parco en informaciones en este capítulo, tal vez, porque la historia del Oeste contada en miles de novelas y miles de westerns es de sobra popular. El historiador Frederick Jackson Turner hizo de la frontera el elemento fundamental de la cultura americana y su violencia y sus relaciones con el alcohol están bien documentadas en libros que Cheever no comenta: Violent Land, de David T. Courtwright, analiza la violencia que la presencia de hombres solteros, en su mayoría  bebedores excesivos y con armas provocaba en esas tierras donde la relación hombre/mujer podía ser en los primeros tiempos, de 10 a 1 o la trilogía de Richard Slotkin, sobre todo, Gunfigther Nation, son muy relevantes en este sentido[8].

Después de la Guerra civil el movimiento por la templanza se hizo más poderoso. No solo era el movimiento sufragista que luchaba por el voto femenino para hacer leyes que hicieran del hogar algo más habitable  y menos violento mediante el control del alcohol. La llegada masiva de emigrantes de naciones “bebedoras”, irlandeses, italianos, alemanes, fortaleció el movimiento prohibicionista. En 1920, una enmienda a la constitución, la 18ª,  y la Ley Volstead que desarrollaba la enmienda, convirtió los Estados Unidos en una nación “seca”, una nación de abstemios forzosos. La Ley tuvo desde el principio sus trampas. Permitía recetar whisky como medicamento (con lo que se despachaban 300.000 recetas al año),  elaborar vino de misa (con el consiguiente incremento de ventas que no llegaban a las sacristías), o la fabricación de zumo prensado que si se dejaba expuesto al aire fermentaba y se transformaba en vino.

 La prohibición (1920-1933) fue un desastre.  Nunca fue respetada en las grandes ciudades ni en la misma presidencia del país (Harding, presidente entonces, y bebedor habitual, siguió bebiendo en la Casa Blanca), trajo consecuencias contrarias a las pretendidas e hizo surgir una nueva delincuencia organizada y mortífera que corrompió toda la sociedad americana  incapaz de controlar los 9000 kilómetros de frontera con Canadá y los miles de speakeasies, las tabernas clandestinas en las que se bebía, se bailaba, y convivían hombres con mujeres y blancos con negros. Un periodista americano escribió que la historia de Estados Unidos podía resumirse así: Colón, Washington, Lincoln,Volstead, segundo piso, pregunte por Gus…[9]

 Un año después de promulgarse la 18ª enmienda se aprobó la 19ª que permitía el voto femenino. Las sufragistas que habían impulsado la prohibición para pacificar sus hogares conseguían al fin ver reconocidos sus derechos. ¿Cómo pudo aprobarse la enmienda que prohibía beber? Se preguntaba Daniel Okrent: ¿Como un pueblo amante de la libertad decidió abandonar un derecho privado que había sido libremente ejercido por millones y millones desde la llegada de los primeros colonos al Nuevo Mundo? . Los que no bebían, responde Okrent, eran mucho más eficientes que los bebedores cuando se trataba de organizarse y conseguir la aprobación de la enmienda y eso a pesar de que la Constitución regulaba “solo” las actividades del gobierno no las individuales y privadas sobre las que incidía la enmienda. A que así ocurriera, ayudó la ausencia de multitud de soldados que no pudieron votar porque permanecían en sus destinos militares de la I Guerra Mundial y el recelo ante la inmigración masiva de bebedores de países europeos que llegaban en oleadas en ese tiempo.

Cheever, llega a escribir, con cautela eso sí, que la revolución rusa de 1917 fue la consecuencia de otra Ley Seca, la prohibición del vodka por el zar Nicolás II en 1914 para evitar que los soldados, como había ocurrido en las guerras anteriores, estuvieran demasiado borrachos para luchar. Los ricos rusos siguieron bebiendo pero los pobres no. La ley seca del zar barrió a los gobernantes bebedores y trajo a gobernantes abstemios como Lenin y Trosky que mantuvieron la prohibición y pedían a sus camaradas en los primeros días de la revolución que no bebieran `pues además de los efectos nocivos del vodka, existían numerosos licores destilados  clandestinamente que eran tóxicos. Rusia, tiene hoy una ley seca parcial, después del intento fallido de 1985 de prohibir el vodka, como en tiempos del zar Nicolás II. La prohibición se retiró pocos meses después.    

Cuando en 1932 se modificó la enmienda que establecía la ley seca, el consumo volvió a incrementarse casi a los mismos niveles del siglo XIX. De los siete premios Nobel de literatura americanos, cinco fueron alcohólicos: Sinclair Lewis, Eugene O´Neill, William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck aunque no sé si Cheever considera americanos a T.S.Elliot y Saul Bellow, “anglo-americano el primero, candiense-americano el segundo, que con Pearl S. Buck y Tony Morrison son los nueve americanos premios Nobel de literatura. Con la excepción de Poe, los escritores del XIX no bebían en exceso (Thoureau, Melville, Emerson, Hawthorne, Whitman), y los del XXI tampoco, dice Cheever,  pero los del XX en los tiempos que siguieron a la prohibición, bebieron por sus colegas del XIX y del XXI y en ellos hay que incluir además de los Nobel, a Dasiel Hammett, a Raymond Chandler, a Scott Fiztgerald y a tantos otros entre ellos, algunas mujeres y dos excepciones: Upton Sinclair que vivió con una padre alcohólico y Jack London.  Cheever, piensa que la prohibición hizo el alcohol  más atractivo para los escritores. Fue un tiempo en que escribir y alcoholismo eran casi sinónimos y se pensaba que crear, literaria o artísticamente, exigía beber. Hemingway presumía de haber bebido desde los 15 años y de que pocas cosas le habían proporcionado tanto placer. Faulkner escribió que la civilización comienza con la destilación y es famosa la réplica con la que un enfadado Sinclair Lewis respondió a un periodista: ¿Puede usted nombrarme cinco escritores desde Poe que no murieran por beber?... Algunas razones, además del atractivo de la prohibición las propuso el psiquiatra Donald Goodwin:

Escribir es una forma de exhibicionismo; el alcohol reduce la inhibición e impulsa el exhibicionismo en muchas personas. Escribir requiere estar interesado en las personas; el alcohol incrementa la sociabilidad y hace más interesantes a las personas.  Escribir implica fantasía; el alcohol la promueve. Requiere autoconfianza; el alcohol la refuerza. Escribir es un trabajo solitario; el alcohol alivia la soledad. Escribir demanda concentración intensa; el alcohol relaja…

Era el lado brillante del alcohol pero el lado sórdido y obscuro, la salud deteriorada, la familia rota, la ruina económica, el carácter pendenciero, el suicidio por no hablar del casi exterminio total de los indios (nativo-americanos) provocado por el alcohol con ayuda de las enfermedades europeas desconocidas y de las masacres. Un líder indio escribió que la conquista solo fue posible porque los indios estaban borrachos. El alcohol fue utilizado también para controlar a los esclavos africanos.  Cuatro de los escritores que eran alcohólicos en los años siguientes a la prohibición, se suicidaron.  Antes de la Prohibición los hombres bebían mientras las mujeres en casa retorcían sus manos y lloraban pero varias mujeres  que escribieron en los años 40 bebían como sus colegas masculinos: En ese tiempo ser un escritor casi siempre significaba ser un alcohólico… y muchos que eran o querían ser escritores abrazaron esa identidad sabiendo que arruinaría sus vidas.

A partir de 1980 los escritores americanos y la nación en su conjunto se alejaron lentamente de las borracheras y del fumar y comenzaron a correr o a ir a los gimnasios en vez de reunirse en los bares. Dejó de ser tolerable la conducta salvaje de los partys de los 50-60 o el acoso a la anfitriona, y nadie, (y si lo hace será sancionado)  conduce de vuelta a casa borracho siguiendo la línea amarilla de la carretera para no salirse de la calzada. El nivel de alcohol permitido para conducir se fue reduciendo cada vez más y los Estados Unidos entraron en un nuevo período de moderación. Las películas muestran claramente esa evolución: las redacciones de los periódicos, las sesiones del Congreso, las reuniones de negocios, las comisarías, los estadios, los restaurantes, mostraban a todos o casi todos los participantes fumando y bebiendo. Sin importar el lugar o la hora, cualquier visitante era recibido con la casi obligada fórmula de: ¿Una copa?... Esas escenas han desaparecido de las películas modernas pero en su lugar,  han aparecido las drogas que antes apenas tenían presencia. Los escritores siguen a veces bebiendo pero muy alejados  de  los consumos de los años posteriores a la prohibición. Una nueva oscilación del péndulo, esta vez hacia la sobriedad, se había producido. 

En los tres capítulos finales del libro, quizás los menos convincentes, Cheever, se ocupa del senador de la “caza de brujas”, MaCarthy, un alcohólico confeso y paranoico que murió de cirrosis, de los escoltas de Kennedy a los que “acusa” de no haber estado vigilantes en la mañana del asesinato en Dallas por haber pasado la noche anterior bebiendo hasta altas horas de la madrugada y de la intolerancia al alcohol de Nixon, criado en una familia cuáquera abstemia que aprendió a beber en la Marina,  al que a veces le bastaba una copa para emborracharse, cosa que ocurría con frecuencia en situaciones de crisis para su país que tenía que resolver Kissinger porque su presidente estaba en unas condiciones lamentables durmiendo la borrachera.

Cheever, por razones desconocidas, no estudia el rol del alcohol en la época de la Gran Depresión, que coincide en parte con los años de la ley seca, ni se ocupa de la floating army, del “ejército flotante” de millones de trabajadores nómadas que en ese tiempo recorrían el país en busca de trabajos temporales lo que deja un vacío en el libro que no es el único. Tampoco dedica mucho es espacio a los nuevos modos de beber y a la substitución del alcohol por las drogas en las últimas décadas. A pesar de esos vacíos el libro es lo bastante interesante para que le sean perdonadas esas ausencias.

 

2016

 

 

 

 

 

 



[1] Cheever dice de  sí misma que “era una adicta a todo”: “como muchas mujeres, yo controlaba una adicción con otra…cuando beber se volvíó  un problema dejé de beber y empecé a comer. Cuando gané peso volví a beber o a gastar más dinero…”.

[2] Thoreau hizo tres viajes a Cape Cod entre los años 1849 y 1855 y publicó más tarde el relato de esos viajes en Cape Cod (Dando Pata, 2009) donde habla, entre otras muchas cosas,  de los tiempos de los peregrinos. En su libro hay una erudita nota sobre Galicia: “La playa más próxima a nosotros del otro lado…exactamente al este, se hallaba en la costa de Galicia… el audaz cabo de Finisterre, un poco al norte…se adelantó hacia nosotros…”. Thoreau, era abstemio. Emerson, también vecino de Concord, se quejaba de que no era fácil hablar con un abstemio como Thoreau.

[3] Puede consultarse al relato de los primeros tiempos de la colonia en http://www.histarch.illinois.edu/plymouth/mourt1.html

[4] Pasajeros y tripulantes comían carnes saladas de cerdo, vaca o caballo, algo de queso, guisantes y habas. Una dieta tal tampoco ayudaba a mantener la sobriedad a bordo.

[5] El problema era que pagaban tributos a la metrópoli sin tener representación en el Parlamento. Hamilton, mantuvo las tasas porque, decía, ahora si hay representación parlamentaria.

[6] John Adams y sus hijos John Quincy y Charles Adams, desembarcaron en Ferrol en 1779 camino de Francia, viaje que hicieron por tierra. Su destino era el puerto bretón de Brest al que no pudieron llegar por una vía de agua en el buque francés en el que navegaban.

[7] Martel. F. Cultura Mainstream. Taurus. 2011.

[8] Jackson Turner.F. History, frontier and section. University of Nuevo Méjico Press.1993; Courtwright.D.T. Violent Land: single men and social disorder from the frontier to the inner city. Harvard University Press. 1996. Excelente libro que estudia las razones de la violencia en Estados Unidos desde la colonización a los guetos y la epidemia de drogas. Slotkin.R. Gunfigther Nation.Harper Perennial.1993. Libro no menos interesante centrado en el mito de la frontera (del Oeste) y su papel en la formación de la cultura americana.

[9] Vid: La fractura: vida y cultura en Occidente, 1918-1938. Philipp Blom. Anagrama. 2016.