domingo, 30 de abril de 2023

 

BABEL NO MORE. The search for the world´s most extraordinary language learners. Michael Erard. Free Press. 2012.




Un grupo de turistas ingleses de viaje por Italia en 1840 fueron a visitar al bibliotecario de la librería vaticana, Giuseppe Mezzofanti, que poco después sería nombrado cardenal y le preguntaron: ¿Cuántos idiomas habla usted? Mezzofanti vaciló un momento. Después dijo: Hablo 45 lenguas. ¿45?, le preguntó uno de los turistas asombrado. ¿Cómo ha hecho usted para conocer tantas…? No puedo explicarlo, ‑dijo Mezzofanti- Dios me ha concedido ese peculiar don pero no sé decir como aprendo esas lenguas… Sólo sé que cuando escucho el significado de una palabra en cualquier lengua, nunca lo olvido. A veces Mezzofanti afirmaba con humor que hablaba 50 lenguas y boloñés. Fueran 40, 50 ó 70 como aseguraban algunos que lo conocieron, la lista era asombrosa e incluía, entre otras,  árabe,  hebreo (bíblico y rabínico), caldeo, copto, persa, turco, albanés, maltés, español, portugués, francés, alemán, holandés, inglés, polaco, húngaro, chino, sirio, amárico, hindi, vasco, rumano y por supuesto, latín y boloñés. La admiración que Mezzofanti despertaba entre sus contemporáneos mereció en su momento las habituales hipérboles: fue comparado con Mitridates, el rey persa que hablaba las lenguas de los 22 territorios que gobernaba, o considerado el más grande lingüista de la Europa moderna o del mundo, como afirmaban los periódicos de la época. Ya en 1820 el astrónomo húngaro von Zach que fue a visitarlo, quedó sorprendido y admirado cuando Mezzofanti se dirigió a él en un húngaro  perfecto (idioma difícil donde los haya) y lo fue todavía más cuando Mezzofanti continuó en alemán, después en sajón y más adelante, en los dialectos suabo y austríaco. A pesar de von Zach y de los numerosos asombrados visitantes que lo frecuentaron, no faltaron los críticos más o menos sarcásticos como el barón Bunsen, un filólogo alemán, que decía que en las incontables lenguas que Mezzofanti hablaba “nunca decía nada”, maledicencia que muchos años después, Ortega, creo que era Ortega, difundiría de Salvador de Madariaga. Mezzofanti fue capaz de superar pruebas como la que dispuso su amigo, el Papa Gregorio XVI, que convocó a docenas de estudiantes de procedencia diversa ante Mezzofanti y a una señal suya, cada uno de los estudiantes se levantaba y se dirigía al cardenal políglota en su idioma de procedencia. Al parecer, Mezzofanti respondió a cada uno de ellos en su propia lengua por lo que el Papa se declaró vencido y afirmó que cuando subiera al cielo sorprendería a los ángeles al descubrir estos seres celestiales  que también él, Mezzofanti, hablaba la lengua angélica.

          Este libro de Michael Erard trata sobre los hiperpolíglotas, las personas que hablan al menos seis lenguas, aunque poco después de iniciar la investigación, Erard elevó a 11 lenguas el límite a partir del cual alguien sería considerado un hiperpolíglota. Erard piensa que en el mundo de hoy existen innumerables nichos multilingües y que el inglés se está convirtiendo en la base para la emergencia de una lengua franca mundial, ya que el 70 % de todas las interacciones diarias en inglés en todo el mundo ocurren entre personas que no tienen el inglés como lengua nativa, por lo que el inglés se está transformándose en la única lengua con más hablantes no nativos que nativos. Aprender una lengua en la edad adulta, como es sabido, resulta complicado y Erard piensa que conocer cómo estos hiperpolíglotas adquieren su dominio en tantas lenguas ya de adultos, escapando a la maldición babélica, será de gran utilidad para aprender cuáles son las bases que facilitan aprender a los monolingües una segunda lengua. Se piensa que los seis años es el límite para adquirir un lenguaje con la fluencia y la pronunciación de un nativo debido a que las conexiones entre los sonidos percibidos y los comandos motores precisos para reproducirlos se vuelven mucho menos flexibles a partir de esa edad. Incluso entre niños criados en ambientes bilingües, en la menos usada de sus dos lenguas, es frecuente que no adquieran el acento nativo de manera perfecta. A partir de los 12 es muy raro que la lengua aprendida suene como la de un nativo y después de los 15 resulta muy difícil que tenga el acento y la gramática de un nativo. Más allá de esa edad, un adulto puede aprender palabras fácilmente, pero difícilmente las reglas gramaticales y casi nunca el acento y la fluencia de un nativo. Eso parecía no  suceder en los hiperpolíglotas; de ahí el interés de Erad por entrevistar a los que hoy poseen esa facultad en el mundo e investigar en lo posible cómo lo hacían los ya fallecidos como Mezzofanti, así que Erard buscó información de hiperpolíglotas famosos ya fallecidos, y se entrevistó con los vivos que pudo localizar así como con los lingüistas, pocos, que se habían acercado a este curioso fenómeno.

          En Bolonia, a donde acudió para investigar en los archivos de Mezzofanti, Erard, después de remover documentos y notas conservadas en sus archivos tuvo que afrontar unas cuantas dudas sobre el ¿cómo? y ¿cuántas?, es decir, cómo aprendió las lenguas y cuántas hablaba realmente y con qué dominio. Un hombre como Mezzofanti que pasó toda su infancia y juventud en Bolonia donde sólo se hablaba el boloñés[1]… ¿cómo pudo adquirir el acento y la fluencia en las numerosas lenguas que se le atribuían?. Erard supone que tres jesuitas expulsados del antiguo imperio español que eran profesores en Bolonia, lo familiarizaron con el español, sueco, alemán, francés y algunos idiomas indígenas americanos además del tagalo filipino. Otro suceso “afortunado”, la guerra entre Napoleón y Austria-Hungría, llenó los hospitales de Bolonia de numerosos soldados extranjeros con los que Mezzofanti ejerció de traductor y de aprendiz. Aseguraba que en catorce días podía adquirir cualesquiera de las lenguas de estos soldados que eran húngaros, flamencos, checos, polacos y rumanos y para ello ‑eran otros tiempos‑, les hacía rezar el Padre Nuestro en su idioma de procedencia para, a partir de esa oración, iniciar el estudio en serio de la lengua. Otras dos actividades, la de traductor de extranjeros en las posadas de Bolonia y la de confessore dei forestieri, lo que en Compostela llaman canónigos linguajeros, tuvieron menos relevancia. Disfrutó pues la fortuna de vivir en un ambiente multilingüístico desde la infancia que vino a él sin necesidad de moverse de Bolonia pero eso no explica su asombrosa facilidad de aprendizaje, a pesar de su incansable estudio, (dormía apenas tres horas diarias) y su frugalidad (comía poco y no usaba el scaldino, un brasero doméstico).

          Charles William Russell, un cura irlandés presidente del St. Patrick College Maynooth, que se reunió dos veces con Mezzofanti en Roma en 1858, escribió una biografía reveladora: The Life of Cardenal Mezzofanti. Russell atribuyó a Mezzofanti 72 lenguas pero las clasificó de acuerdo con su mayor o menor dominio en varios grupos. Puso catorce  de ellas en un nivel bajo, lo que quería decir que Mezzofanti había estudiado la gramática y el vocabulario pero que nunca lo había observado usar en persona alguna de esas lenguas (sánscrito, malayo, frisón, quechua…). En otras siete lenguas podía iniciar una conversación y emplear algunas frases (chino, japonés, gaélico irlandés, chipewa, delaware y algunas lenguas de Oceanía). De otros dos grupos de lenguas, siempre según Russell,  tenía sólo rudimentos. En once de ellas podía conversar aunque había muy pocos testigos, si había alguno, que acreditasen fielmente su capacidad (kurdo, búlgaro, galés, “peruano”, “angoleño”, “mexicano” y “chileno”). En otras nueve lenguas hablaba menos fluidamente aunque su pronunciación era casi perfecta (vasco, algonquino, hindi…). Sin embargo, había treinta lenguas de las que Russell afirmaba que Mezzofanti dominaba y hablaba con fluencia, con pureza de acento y vocabulario y sintaxis como los nativos. Entre esas treinta estaban el hebreo,  árabe,  copto, armenio, persa, turco, albanés, griego, maltés, portugués, francés, latín, italiano, español, alemán, sueco, ruso, inglés, polaco, checo, húngaro y chino. Todos eran idiomas que había aprendido antes de los treinta años y representaban a 11 familias lingüísticas diferentes.

          A pesar de la catalogación de Russell, Erard seguía con sus dudas. El número de lenguas que Russell atribuía a Mezzofanti tenía resonancias bíblicas. Era el mismo número de lenguas con las que Jehová había supuestamente separado a los humanos después de la caída de la torre de Babel; quizás por eso, otro biógrafo del tiempo, Watts, eliminó algunas de las lenguas y duplicaciones del inventario de Russell y las redujo a sesenta. Curiosamente ninguno de los dos, sobre todo Russell, que era cura, invocó para explicar esta asombrosa capacidad el “don de lenguas” al que ahora apelan los modernos Pentecostalistas, sino que atribuyeron su capacidad a él mismo. Las dudas fundamentales de Erard tenían sin embargo otro origen. Afirmar que alguien domina una lengua es algo que debe ser confirmado por un oyente nativo, cosa difícil de conseguir en la Roma del tiempo, al menos para muchas de esas lenguas. Asimismo, dominar una lengua no significa lo mismo ahora que en el siglo XVIII. “Saber francés” en Harvard en esa época, era ser capaz de traducir de viva voz un texto en prosa sin que fuera preciso escribir o mantener una conversación en la que acreditar que uno hablaba francés. También debido al rango de cardenal, Mezzofanti, hacía que sus reuniones fueran altamente formalizadas tanto en lo que se podía decir en ellas como en posibilidad de hacer preguntas fuera de protocolo, lo que restringía de manera notable la posibilidad de evaluar el verdadero dominio de una lengua por parte del cardenal. No es lo mismo ser capaz de leer un texto, escribirlo o traducirlo,  que entenderlo oralmente  o hablarlo. En épocas diferentes bajo la etiqueta de “dominar” una lengua, podían acogerse a una o varias de todas estas actividades y no fue posible para Erard determinar en cada una de las lenguas atribuidas a Mezzofanti, cuáles eran las actividades que dominaba en cada una de ellas.  Si, Mezzofanti, por ejemplo, tuviera hoy que pasar el examen estándar de la Comisión Europea que mide el desempeño en una lengua, tendría que demostrar un dominio real de las expresiones y coloquialismos, ser capaz de distinguir los matices finos de la lengua de manera precisa y volver atrás y resolver una dificultad sin que su interlocutor lo notase. Dada la variedad de lentes históricas a través de las cuales es posible apreciar los criterios que señalan lo que quiere decir hablar o conocer una lengua, reconoce Erard, es simplemente imposible establecer definitivamente la habilidad de Mezzofanti en las lenguas que se afirma que dominaba. A pesar de ello, Erard marchó de Bolonia convencido de que Mezzofanti aprendió y usó numerosas lenguas en un grado variable de eficiencia, ya que en su opinión y en la de otros lingüistas la competencia multilingüística no es un asunto de “todo o nada” sino “de algo y algo” y existen hoy numerosos problemas cotidianos en los que ese “algo y algo” es no sólo importante sino a veces fatal si ese “algo” no es suficiente. Los pilotos de aviación, por ejemplo, deben utilizar el inglés para comunicarse con los controladores pero salvo los nativos de esa lengua su dominio no es total sino “algo y algo”,  restringido además a la jerga precisa para hacer volar sus aviones y llevarlos a tierra a través de los órdenes de los controladores. Para que no ocurran catástrofes es preciso medir la eficiencia y extensión de ese “algo” ya que un dominio perfecto sería muy restrictivo para pilotos que son muy eficientes en sus capacidades de vuelo.

La investigación de Erard tuvo varias etapas. En su inicio buscó información de hiperpolíglotas ya fallecidos para después entrevistarse con los vivos que pudo contactar a través de Internet o personalmente. Entre los primeros había de “todo”. Probables falsarios, niños prodigio, lectores‑traductores y verdaderos hiperpolíglotas capaces también de hablar los idiomas que conocían. Eliu Burrit (1810‑1879) era un herrero de Connecticut que aprendió por sí mismo 50 lenguas pero nunca afirmó hablarlas sino leerlas y traducirlas. Fue lo bastante famoso para que los presidentes americanos de la época lo pusieran como ejemplo y se interesaran por él los frenólogos. Más sospechosos eran dos niños prodigio: Winifed Sackville (1902‑1983), del que se decía que hablaba 13 lenguas a la edad de nueve años, y su rival William James Sidas (1898‑1944) admitido en Harvard a los 12 anos.

 Emil Krebs no era un falsario. Este diplomático alemán destinado en China se embarcó en 1917 de vuelta a su país a través del Pacífico para enterarse en plena travesía de que Alemania estaba en guerra con los Estados Unidos. Como hicieron con Lenin, los americanos lo metieron en un tren sellado en el que atravesó Estados Unidos, desde California a la costa este donde pudo embarcarse para Alemania.  Krebs  probablemente ignoraba que en la California en la que desembarcó, aún se hablaban en 1800 más de 100 lenguas diferentes y que en el Medio Oeste por el que pasó, los alemanes, suecos, italianos, noruegos, polacos y griegos hacían su vida cotidiana en sus idiomas de origen, lo mismo que en Nueva York. El 23 % de la población de Estados Unidos  en ese tiempo no hablaba inglés. Con la declaración de guerra a Alemania se dictaron leyes que prohibían la enseñanza del alemán, se censuraron o prohibieron  sus periódicos (499 en 1910) y se quemaron los libros en alemán. Fue el comienzo de la inglesización de los Estados Unidos que todavía hoy no está completada. Krebs era un hombre que vivía para las lenguas de las que hablaba 32, entre ellas el chino mandarín, en el que logró tal maestría que la emperatriz lo invitaba a tomar el té para escucharlo o para que hiciera de traductor de alguna de las lenguas mongolas ya que no existía en China, el centro del mundo, tradición de conocer otras lenguas que no fueran las chinas. La tradición cristiana, al contrario, desde su inicio fue políglota, (Jesús hablaba arameo, hebreo y tal vez griego), a lo que ayudó el don de lenguas de Pentecostés con el que los apóstoles fueron dotados por el Espíritu Santo. En la vida diaria, Krebs era persona desagradable, incapaz para las relaciones sociales,  con la que nadie quería trabajar, cosa que procuraba no hacer para dedicarse por completo a su constante estudio de lenguas que repasaba en rotación. El interés de Erard por Krebs, tenía una razón añadida. Cuando falleció en Alemania en 1930, los esposos Vogt, anatomopatólogos reconocidos, solicitaron a su familia la donación de su cerebro a la ciencia. Oskar Vogt, fallecido en 1959, procedió a la extracción del cerebro en la iglesia donde se celebraba el funeral y como la ley alemana exigía en ese trance la presencia de familiares, estos tuvieron que ver y escuchar el sonido del martillo y la sierra de Vogt mientras hacía su trabajo. Krebs volvía a compartir el mismo destino de Lenin, no solo el viaje en un vagón sellado, sino el estudio de su cerebro que también había hecho Vogt años antes, en 1924, a petición del gobierno de Stalin, al que tuvo que ocultar que los cortes microscópicos revelaban una  sífilis avanzada. Sabiendo que los mayores aportes al conocimiento de cómo funcionaba el lenguaje en el cerebro habían llegado no de los “sanos” sino de los casos patológicos como los de Broca y Wernicke,  Erard acudió al instituto Vogt en Dusseldorf con pocas expectativas de que las preparaciones del cerebro de Krebs allí custodiadas pudieron revelar algo importante. Lo acompañaba Loraine Obler que había investigado y publicado sobre cerebros bilingües y cerebros con capacidades especiales años antes, así como sobre hiperlexia, un curioso trastorno en el que niños con discapacidades cognitivas notables eran sin embargo capaces de leer fluidamente a una edad muy precoz aunque sin comprender lo que leían. Eso indicaba que poseían una poderosa capacidad de reconocimiento de palabras. Karin Amounts, una de las investigadoras del Instituto Vogt, encontró que las neuronas de las áreas 44 y 45 de Broodman, (otro investigador del instituto),  estaban organizadas en patrones más heterogéneos que en los once cerebros de control;  el área 44 del hemisferio izquierdo era mayor que la de los controles, lo que era lógico ya que Krebs la utilizaba constantemente; pero la mayor diferencia se encontraba en el área 45  del hemisferio derecho, no del izquierdo como se esperaba. Para Amounts, la facilidad de Krebs con las lenguas podría relacionarse con habilidades metalingüísticas que están a cargo del hemisferio derecho. Otros investigadores relacionan este anómalo tamaño del área 45 del hemisferio derecho con el aprendizaje de la lengua china que por su estructura tonal exige asignar un tono a cada palabra para determinar su significado y esa tarea está a cargo del área 45 del hemisferio derecho entre otras regiones cerebrales. Es improbable, sin embargo, que una sola lengua pueda producir esas modificaciones. A lo que apuntan estos hallazgos, es a que Krebs procesaba el lenguaje de un modo diferente al habitual y era muy sensible a la prosodia y entonación, lo que es fundamental para el chino, pero los neurocientíficos con los que Erard discutió estos datos no se ponían de acuerdo en si eran la consecuencia de algo genético o adquirido, por lo que al verse envuelto en la vieja polémica nature‑nurture, dejó de lado este apartado aunque señala que uno de los posibles trazos genéticos que algunos de estos hiperpolíglotas podrían poseer tendría que ver con el periodo crítico y la plasticidad cerebral. Estos políglotas podrían mantener en su vida adulta la plasticidad cerebral que permite a cualquier niño aprender una lengua con facilidad a partir como es sabido de un input mínimo. Para algunos investigadores el periodo crítico propuesto por Eric Lenneberg en 1960, (la adquisición automática de una lengua cualquiera por la mera exposición a esa lengua desaparece después de la pubertad) no es algo absoluto y hay adultos que han adquirido otras lenguas con la destreza de un hablante nativo incluso en frases complejas como las llamadas “dummy subjetct”. La polémica por supuesto, continúa…          

Sorprende un tanto que Erard apenas dedique un párrafo de su obra  a Georges Borrow[2], autor entre otros libros de La Biblia en España. Se decía de Borrow que hablaba doce lenguas antes de cumplir 18 años y estuvo familiarizado con más de 40 a lo largo de su vida, facilidad  que compartía con su asombrosa resistencia para caminar largas distancias en poco tiempo (112 millas en 27 horas, por ejemplo sin apenas alimentarse). Sobre su legendaria facilidad para aprender lenguas se cuenta que la Foreing Bible Society le encargó una traducción del Nuevo Testamento en manchú, lengua que ignoraba completamente. Borrow adquirió varios libros en dialecto manchú‑tártaro y un diccionario manchú‑francés. Se encerró en su casa con los libros y a las tres semanas pudo hacer la traducción sin aparente dificultad[3]. 

Que un cierto tipo de inglés se esté convirtiendo en lengua franca mundial no impide reconocer que el mundo hoy es multilingüe[4]. En las calles y en el éter, escribe Erard, Babel crece. Hace 50 años Londres era una ciudad casi monolingüe; hoy se hablan en ella 300 lenguas diferentes. Los hiperpolíglotas fascinan por el deseo de estar conectados con todo el mundo mediante sus múltiples lenguas. Evocan también un polo primitivo, del tiempo en que las bandas nómadas de cazadores recolectores hablaban unas lenguas nacientes diferentes entre sí como una Babel paleolítica. Los hiperpolígotas, dice Erard, no pertenecen a ningún país, trabajan fuera de las instituciones más allá de su propia comunidad.

Hasta no hace mucho, esa enciclopedia que acoge muchos records estúpidos, la Guinness, consideraba a Ziad Fazah, la persona que hablaba más lenguas en el mundo. Nacido en Liberia en 1953 se trasladó de niño al Líbano donde se graduó en filología en la Universidad de Beirut para trasladarse después a Brasil donde todavía vive. Se desconoce cómo Fazah llegó a figurar en la Guinness pero es posible que el responsable fuera un ingenuo periodista de la agencia Reuters a quien informó de que hablaba fluidamente 56 lenguas y que en siete años podría aprender unos cuantos miles de dialectos. Tales alardes imposibles hicieron sospechar que mentía o al menos exageraba sus conocimientos y capacidades más allá de lo admisible. Fazah aceptó ser interrogado por hablantes nativos de varias lenguas en un programa de la televisión chilena donde fue incapaz de entender y responder adecuadamente a muchos de sus interrogadores por lo que fue despedido entre silbidos por la audiencia presente. Ni siquiera fue capaz de responder a la pregunta del ruso: “¿Qué día es hoy?” Sin embargo, testigos que hablaron con él telefónicamente pudieron hacerlo en mandarín, ruso, o español entre otras lenguas y acreditaron que hablaba estos idiomas de manera fluida aunque con acento. Es probable que Fazah no pudiera contestar porque las preguntas eran inesperadas,  no eran las habituales en un inicio de conversación. Con todo, Fazah, fue eliminado de la Guinness en 1998 y substituido por otro, Gregg Cox, un americano que vivía en Bremen sobre el que Erard era también reticente acerca de sus logros.

Las lecciones que Erard aprendió de su largo viaje de investigación no son muy concluyentes: si alguien quiere ser bueno en lenguas debe encontrar o construir un nicho adecuado (ambiente multilingüe, por ejemplo); debe usar hablantes nativos como índice de progreso, pero no como meta (hablar como un nativo no es una meta realista para un adulto); si quiere mejorar sus lenguas, debe controlar su dopamina (es decir, que el aprendizaje le proporcione placer); deberá mejorar su función ejecutiva y su memoria; deberá desarrollar un sentimiento positivo hacia las lenguas; deberá adherirse al método sea este cual sea y admitir que llegados a cierto punto, deberá tolerar la ausencia de un éxito rápido. Los métodos varían y los “trucos” también. Helen Abadzi, una griega de 60 años que trabaja en alfabetización para el Banco Mundial, utiliza un repetidor digital de lenguaje, una especie de cinta magnetofónica fabricada en China que en lugar de reproducir la cinta como es habitual, repite una y otra vez a varias velocidades las palabras o frases grabadas en ella. Abazdi conoce unas 19 lenguas pero como todos los demás, utiliza en su vida diaria cuatro o cinco y mantiene las demás “congeladas” hasta que las necesite. Cuando así ocurre las repasa o recurre al método de Paul Pimsleur que aconseja revisar el material aprendido a intervalos de cinco segundos, dos minutos, diez minutos, una hora, cinco horas, un día, un mes, un año etc., ya que esos intervalos basados en la tasa natural de decaimiento de la memoria, cuando son “interferidos” por nuevas visitas hacen que la tasa de olvido se alargue. Un hiperpolíglota de Berkeley, Alexander Argüelles, le dijo a Erad que cualquiera que pretenda ser fluente en más de seis lenguas debe dedicarse a ello ya no rigurosamente, sino exclusivamente. Arguelles por ejemplo, mantiene un rígido horario de “entrenamiento” en el que tiene programado el tiempo que le dedica  a cada una de las lenguas durante las 24 horas del día. Argüelles dedica una hora al inglés, una al árabe, y menos tiempo a las restantes lenguas.  Argüelles de origen mexicano con un padre también políglota que habla varias lenguas románicas, prefiere atribuir sus dotes a la voluntad y no a una supuesta facilidad genética. Reconoce que su dedicación a las lenguas está relacionada con la enfermedad cerebral degenerativa que sufrió su hermano cuando él era un adolescente. Es muy reticente cuando le preguntan el número de lenguas que habla. Dice haber estudiado unas sesenta, de las que algunas no las habló nunca y probablemente nunca las hablará. Puede leer en veinte y hablar de modo fluente en seis o siete.  

Los hiperpolíglotas conocen su estilo cognitivo y por ensayo y error han diseñado estrategias personales para acelerar su aprendizaje. Alexander Argüelles por ejemplo, utiliza lo que él llama shadowing. Repite las frases que escucha por sus auriculares “al mismo tiempo” que las escucha. Cualquiera que quiera aprender una lengua de adulto debe conocer su estilo cognitivo y emplear los métodos que mejor se adapten a él que pueden ser grabaciones, videos o  lecturas y estudio convencional. Algunos “trucos” son curiosos. Una pila de 9 voltios conectada a un electrodo que estimule transcranealmente ciertas zonas del cerebro está en estudio, aunque no falta algún hiperpolíglota que afirme, y los estudios parecen darle la razón, que masticar chicle durante el aprendizaje mejora el recuerdo inmediato de las palabras recién aprendidas en un 24 %. Otros trucos como la actuación a través de la dopamina, o de la proteína BDNF son todavía experimentales. Algunos estudios sugieren que los hiperpolíglotas están abiertos a nuevas experiencias en un grado mayor que la gente del común. Alexander Guiora escribe que todos tenemos un “ego lingüístico” unido a nuestra lengua materna  que necesita volverse más fluido y permeable para aprender nuevas lenguas.  .

Erard hace una distinción relevante. En India, (y en Camerún y en el noroeste de la Amazonia entre otros lugares) conviven entremezcladas familias y comunidades que son étnicamente y lingüísticamente diferentes que deben hablar varias lenguas por necesidad más que por deseo de llegar a ser políglotas. Para Erard hay aquí una diferencia entre multilingües e hiperpolíglotas. En el primer caso el aprendizaje de las lenguas de las otras etnias es una necesidad social que pretende la unión con sus vecinos. Las lenguas no se estudian de una manera formal, simplemente, se adquieren, se recogen (pick up) como dicen de sí mismos los informantes multilingüistas de Erard. Para él, hiperpolíglota es lo contrario. Sus muchas lenguas lo comunican con el resto del mundo pero lo aísla de su inmediata sociedad. En India se hablan más de 400 lenguas, muchas de ellas con millones de hablantes (Hindi, Urdu, Tamil, …). India es el principal productor de películas del mundo pero sus muchos idiomas tienen también grandes complicaciones. En 2010, por ejemplo, se rodaron en India 1.274 películas en 23 lenguas, 215 de ellas en hindi, 202 en tamil, 181 en telugu, 143 en kanada y 110 en bengalí entre otras lenguas y muchas de ellas se doblaron a otras lenguas[5]. Sri y Kala un matrimonio de sexagenarios a los que Erard entrevistó le explicaron que su lengua materna era el Tamil pero que hablaban Hindi ente ellos. Hablan también inglés que es la lengua en la que hablan con una de sus nueras además del Tamil pero usan el Kanada con otra. Sri usa el Tamil con sus hermanos pero con sus sobrinos utiliza el Telugu. No se trata de algo genético sino económico, le dijo otro de sus informantes: acabo de estar en una tienda en la que su propietario habló ocho idiomas en apenas cinco minutos; si no los habla no come… En las escuelas públicas indias hay que estudiar al menos tres lenguas: lengua madre o la regional, otra lengua moderna india y una lengua extranjera. Hay estudios que han calculado el número de lenguas necesarias en ambientes multilingües para comunicarse con más del 80% de los otros hablantes. Ese número es “tres”. Si cada habitante de esos países multilingües habla con mayor o menor competencia tres de esas lenguas la posibilidad de que dos hablantes cualesquiera compartan una misma lengua en la que entenderse es de más del 80 %.

 Erard aventura algunas hipótesis sobre las posibles diferencias neurológicas de estos hiperpolíglotas: ¿Hay relación con el autismo de Asperger?; ¿predominan los zurdos?... Los hiperpolíglotas parecen tener una especial habilidad para monitorizar lo que ellos dicen antes de que salgan las palabras de su boca lo que remite a una eficiente memoria de trabajo. No parece que existan estudios con RMNf sobre estos hiperpolíglotas, al menos con los que hablan más de siete lenguas[6].  Con todo, no es gran cosa como se ve y el misterio de los hiperpolíglotas permanece abierto a la espera de mayores y mejores investigaciones de las que con suerte, podrán deducirse algunas conclusiones de interés para el aprendizaje en la vida adulta de nuevas lenguas para moverse en esta Babel que Erard desearía “no more”. En la encuesta que Erard hizo a los hiperpolíglotas a través de internet encontró un porcentaje elevado de hombres, de zurdos, de enfermedades alérgicas, de notables habilidades verbales y no menos notables dificultades visuo‑espaciales así como  conductas o preferencias homosexuales. La mayoría eran autodidactas y tímidos. Afirmaban que para ellos era más fácil que para los demás aprender una lengua. Algunos sólo leían y traducían sus lenguas; otros podían hablarlas. Estos hallazgos podrían enmarcarse en la hipótesis Geschwind‑Galaburda que pretende correlacionar los niveles de testosterona en el feto durante el embarazo y su influencia en la emigración de las neuronas hacia el hemisferio derecho,  con ciertos rasgos de la vida adulta como los mencionados. Es una hipótesis “borrosa” según sus críticos, que necesita de investigación suplementaria. Para Erard estos hiperpolíglotas forman una especie de tribu neural ‑un grupo de individuos que poseen un hardware neural excepcionalmente adaptado para una actividad particular- que en tiempos pasados no era relevante ni había motivos para que fuese seleccionado en términos evolutivos. Ahora, en un mundo globalizado donde los viajes son baratos, las telecomunicaciones fáciles, las fronteras de las naciones borrosas y las lenguas nos rodean por todas partes, estos atributos de esta tribu neural, sean cuales sean, (bucle fonológico muy eficiente, cortex auditivo primario muy grande, memoria de trabajo e hipocampo de alto rendimiento…) son rasgos cognitivos que favorecen la adaptación a este mundo cambiante y multilingüe 

Sólo en dos ocasiones, ambas en Bélgica, se reunió la tribu de hiperpolíglotas. Eugeen Hermans, un responsable de la Escuela de Idiomas de Hasselt, cerca de Bruselas, conoció en una reunión a un cónsul americano que hablaba fluidamente siete lenguas. Se le ocurrió entonces que, era muy probable que existieran, mundo adelante, otras personas como el cónsul y el mismo, por lo que con ayuda de un banco local convocó un concurso para encontrar a la persona de la que se pudiera decir que era la que más lenguas hablaba en el mundo. El concurso publicitado generosamente tenía unas cuantas reglas: no se considerarían las lenguas muertas ni los idiomas artificiales como el esperanto; tampoco se aceptarían los dialectos, sólo las lenguas utilizadas por algún gobierno de modo oficial aunque si se aceptarían las lenguas emparentadas cuando fuesen estatales (caso de las lenguas turcas como el uzbeco, kazajo, tayiko etc.). Se presentaron al concurso 26 candidatos que fueron examinados en 47 lenguas. Los jurados, de hablantes nativos ante los que los concursantes tenían que expresarse durante 10 minutos, puntuaban a los concursantes de 1 a 20 puntos pudiendo también dar puntos negativos por ignorancia. Con sólo cinco minutos de descanso, los concursantes pasaban al siguiente jurado de hablantes nativos en otra lengua. Un candidato podía obtener su puntuación final con notas medias en muchas lenguas o notas altas en menos lenguas. El ganador fue Johan Vandewalle, un profesor de turco de la universidad de Ghent, en Flandes,  que conocía en mayor o menor grado 31 lenguas, aunque fue examinado en ”sólo” 21. Vandewalle no tenía otro método que el estudio y la inmersión en el país al que quisiera viajar pero después de muchos años enseñando lenguas reconoció que debía tener alguna predisposición para aprender lenguas que la mayoría de las personas no poseía. Vanderwalle, un hombre tímido, no soportó el constante acoso de la prensa y televisión y la repetición cientos de veces de las mismas preguntas: ¿Cuántas lenguas?, ¿cuál es su método?, etc. Esa fue la razón principal de que no se presentase al segundo concurso, esta vez europeo y con reglas distintas más restrictivas al que se presentaron 200 candidatos y que ganó Derick Herning, un escocés que vivía en Lerwick, en las islas Shetland, a 170 kilómetros de la costa “continental” (mainland) escocesa, un finisterre en teoría poco apropiado para un hiperpolíglota pero que era en realidad un lugar muy cosmopolita donde se reunían marineros y pescadores de todo el mundo. Herning fue examinado en 22 lenguas. Como Vandewalle, no tenía explicación para su don. Se consideraba un adicto a las lenguas y apuntaba que muchos de sus colegas habían nacido en medio del verano y muchos eran zurdos como él mismo pero reconocía también que muchas personas entran en el lenguaje como un pato al agua y otras no tenían esa capacidad. Él, por ejemplo, era un nadador muy deficiente incapaz de aprender como lo hacían sus amigos.

Puede que la solución esté en la “receta” mágica del África negra que le dio a Erard, Eric Gunnemark, un hiperpolíglota escandinavo fallecido a los 89 años: Capture una golondrina joven; ásela en miel; cómala. Entonces usted comprenderá todas las lenguas.

S.Lamas




[1] Hasta 1860 fecha de la unificación italiana sólo hablaba el toscano, que se convertiría en la lengua nacional italiana, el 10% de la población.

[2] Y lo hace para recordar que tenía un TOC, un trastorno obsesivo-compulsivo.

[3] Citado en Robert Macfarlane, The old ways, A journey on foot.Hamish Hamilton. 2012.

[4] Vid. Nicholas Ostler.The Last Lingua Franca: The Rise and Fall of World Languages.Penguin Books. 2012.

[5] Citado en Paul Cohen, The rise and fall of the american linguist-empire. Fall 2012 en Dissent, a quaterly of politicis and cultura.

[6] Hay un estudio suizo sobre cuatro políglotas con RMNf con pocos datos relevantes

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